Por Karina Olivares
La conciencia es el observador de todo lo que ocurre o el silencio que queda detrás de toda cosa hecha mientras estamos en vigilia, despiertos, haciendo lo que tenemos que hacer.
Para acceder a ella basta con realizar un simple ejercicio que consiste en acallar los pensamientos por un momento, ubicarse en una posición cómoda y observar qué ocurre en el nivel interno sin juzgar.
Casi todos lo hemos hecho en algún momento o tal vez algo parecido. Solo recuerden lo que sucede al ingresar y mantenerse en un lugar sagrado, por ejemplo, una iglesia o un lugar que les resulte especialmente espiritual fuera del contexto religioso. Al cabo de unos minutos algo en lo profundo se moviliza, abriéndonos paso al nivel del Alma que nos permite experimentar gratitud por lo que tenemos y compasión por otros, lo que finalmente alivia malestares y relaja emociones negativas.
Lo interesante de todo esto es que se puede acceder a la conciencia o nivel del Alma, sin intermediar necesariamente circunstancias especiales, porque solo basta la intención personal de hacerlo.
De igual manera cabe decir que algunas religiones señalan abiertamente que la práctica habitual de la meditación (sea esta trascendental, budista o cristiana, entre otras) sería un medio adecuado para acceder a este espacio de máxima apertura que algunos llaman comunión con Dios, una sensación de plenitud, alegría con mezcla de paz, entre otras tantas definiciones.
Dimensión donde ciertamente pueden encontrarse algunas respuestas a problemas de simple manejo cotidiano o de un nivel intermedio o más complejo (ejemplo: cómo proceder de la mejor manera, qué significa hacer lo mejor, cómo predecir daños o el mal menor en una situación de conflicto, qué camino tomar, etc.).
Pero este ejercicio podría tornarse algo difícil puesto que en todo momento la mente se encuentra avocada a los pensamientos, tareas del día, pendientes o elementos dispersos que provienen de los estímulos exteriores. A la mente podemos encontrarla ocupada en asuntos del pasado o bien, varios pasos adelante, en el futuro.
“Casi siempre” está en alguna de estas cosas o en todas estas circunstancias a la vez. Por eso a algunos simplemente se les hace difícil “lacearla” porque se les arranca como si se tratase de caballos salvajes. Parece que la cabeza y sus asuntos pendientes fuesen más rápido que nosotros mismos, dejándonos agotados al final del día.
La mente o si se quiere “la cabeza”, no descansa salvo en los momentos de sueño profundo, en que parcialmente perdemos la conciencia del aquí - ahora y sobre los asuntos del pasado o del futuro que le inquietan. De alguna manera caemos en la incertidumbre e ingresamos en otro nivel de información, otra carretera de pensamientos sobre los cuales no tenemos control.
Se sabe que mientras dormimos, el cuerpo y sus funciones asociadas descansan, pero los circuitos neurológicos siguen trabajando, haciendo limpieza de los contenidos diurnos, reciclando emociones, pensamientos persistentes del día y renovando la farmacia bioquímica que nos permite mantener un equilibrio más o menos adecuado.
Cabe decir que la calidad de las experiencias oníricas y del descanso alcanzado, se vinculan con la dinámica salud o enfermedad que estamos manifestando, las experiencias del día, los recuerdos o resabios de las relaciones que establecemos, el nivel de estrés emocional que manejamos y también el grado de preparación con el que llegamos a realizar el acto tan cotidiano de dormir y “descansar”.
Un sueño profundo y reparador –cuyo tiempo depende del bioritmo de cada uno- permite vivenciar otras realidades igualmente potentes en contenido y significados que también forman parte de la conciencia o Alma en aquel nivel profundo que siempre está observando todo lo que sucede.
De manera misteriosa y ubicada en un lugar que desconocemos, la conciencia maneja un switch, un interruptor ON/OFF que nos señala cuando la experiencia ha terminado, cuando debemos ingresar a otro nivel de información para estar alertas en otro nivel de juego. ¿Dónde está ese interruptor? ¿Quién lo maneja? ¿Cómo se genera en nuestro nivel interno la capacidad de observación sobre las experiencias?
A la capacidad de mirar sin mirar o de estar presentes en un nivel que trasciende los sentidos tradicionales se le denomina conciencia, un testigo silencioso que nos ha acompañado a lo largo de toda nuestra vida, que trasciende los años, que avanza en edad pero que no envejece con el cuerpo en esta especie de viaje que resulta ser la vida.
A la conciencia se le llama también el Observador de todo lo que es en el tiempo siempre presente. El observador, la conciencia, toma parte de los asuntos del día y de las preocupaciones, pero trasciende a todos esos asuntos. Conoce los ritmos y los regula. El observador no se involucra emocionalmente como lo hace la mente o el cuerpo, y es quien en algún momento dado, nos entrega soluciones integrales a los asuntos que podrían potencialmente enfermarnos o causarnos problemas, acusando la sobrecarga de estrés o “avisándonos” que algo hay que modificar en el sistema de vida que estamos llevando.
En cierto punto, acceder al espacio de conciencia donde se es uno con todo lo que es, nos ayuda a atravesar los avatares propios que implica el vivir insertos en un estilo de vida asociado a las grandes ciudades, donde algunas personas han optado o han sido llevadas a vivir como “desenchufadas” de lo que sucede o peor aún, ausentes de los acontecimientos que los atañen directamente, muchos de ellos manejando grandes niveles de agresividad o bien, con una pasividad abismante.
Una suerte de no querer estar, de ausentarse de los asuntos relevantes porque les resultan estresantes, amenazadores, porque la vida se percibe como un ciclo rutinario sin expectativas de cambio o porque simplemente atraviesan enfermedades del cuerpo o la mente que los abruman e inmovilizan. En este sistema de vida, puede ser que incluso conozcamos personas que manejan todas estas variables juntas.
Probablemente podamos hacer mucho por ellos y sin duda es importante hacerlo, partiendo desde ya por nosotros mismos. El acceder al nivel profundo del Alma favorece ver este mundo que conocemos desde un punto de vista algo más esperanzador, abriéndonos a una visión más rica e incluso más “mística” si se quiere.
Lo importante es entender que el mundo que conocemos en lo sensitivo (lo que podemos ver, tocar, escuchar) también tiene altos grados de la espiritualidad si queremos ingresar a ese campo. Basta encontrar o “tocar” las puertas adecuadas. Cada uno sabe cual es la puerta que toca y cual es la respuesta de recibe de esa puerta, con el paso de los años y a través del prisma de su propia experiencia.
La llave que abre la puerta conducente al Alma o conciencia en su estado puro, puede ser la meditación, pero también se accede a ella haciendo cosas buenas por los demás, bajando paulatinamente los niveles de agresión, atrayendo experiencias positivas, aprendiendo de los errores o cuidando con amor a otras personas. La actividad por cierto no importa, pero debe ser acompañada con grados de silencio tales que esta actividad permita escuchar y conectar “con todo lo que hay detrás de ello” es decir, la Conciencia.
Sea lo que sea que hagamos para trascender al nivel material de la “cabeza” y sus locos caballos salvajes será aportador y positivo. Simplemente hay que hacerlo.
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martes, 22 de junio de 2010
viernes, 14 de agosto de 2009
VERBOS PARA GENTE OCUPADA: Meditar
Por Karina Olivares
Fácilmente me atasco en los oscuros recovecos de la mente. Divago. Regreso. Pensando cómo hacer lo que debo y seguir estando en paz con lo que siento. Gran tarea. Por momentos me encuentro muy ocupada en ciertos asuntos de la mente. Conversaciones van y vienen. Ingreso a la carretera de los pensamientos. Camino. Corro. Hablo. Estoy presente. Pero me alejo.
Percibo una fisura en mi paz. Me quiebro. Y ésta es la facultad del estrés en mí (y tal vez en ti). Me des-estabiliza. Me hace hacer cosas insensatas. Extrañas. Me acelera pulmones y corazón en aquellos momentos en que solo se requiere estar atento. Solo un poco más que siempre.
Pero siempre es un poco más tortuoso. Entonces me pregunto qué quiere el Estrés conmigo. Por qué me abandona solo cuando él quiere. Por qué me pierdo yo y dejo de ser quien soy.
Con estas preguntas inauguro hoy una serie de artículos, en los cuales voy a repasar ciertos verbos que me interesa mucho empiecen amablemente a conjugar. Especialmente ustedes (sí, tú!) que casi siempre están muy “ocupados” en otros asuntos. Comenzando con el verbo MEDITAR.

Ciertas palabras tienen un poder insospechado. También llevan impresas algo de temor. Este verbo en especial me generaba temor porque desde siempre se le ha rodeado de un halo de misterio, un esoterismo mal entendido.
Vinculado a ciertas religiones orientales que no tocan en nada a nuestro siempre presente catolicismo, meditar nunca estuvo en mis libros de infancia, núnca nadie me enseñó. -De haber sido así, me hubiese ahorrado cientos de experiencias malogradas e inservibles. Chatarra espacial que se acumula en los años mozos-
A la meditación se llega casi siempre algo agotado, por esta facultad extenuante que posee el estrés mal conducido, acumulado por años. Le pides a alguien que te enseñe o comienzas a buscar afanosamente cual iluminado busca su verdad.
Comienzas a practicar. Lo primero que acontece entonces es la frustración. Alguien te dijo que había que dejar de pensar. Sentarse en un lugar silencioso, en esa típica postura inmóvil y “acallar la mente”.
Recuerdo haber sentido mucha frustración al principio de mis prácticas. Sentencié amargamente: “¡esto no es para mí!”. La cabeza sigue hablando. Es más, mientras más intento el silencio, hay algo en el entorno que parece confabular. Más ruido percibo. Más voces aparecen. Mis responsabilidades. Las conversaciones del día. Aquellos enemigos virtuales llamados “pendientes”. El mundo real. Y todo se va por la borda.
Ante mi insistencia -porque para meditar hay que ser perseverante- un día solo comencé a observar lo que ocurría. No me opuse. No me ofusqué. Solo me observé sin imprimirle alguna emoción determinada al momento. Eliminé la lucha interna por ganar. Lo dejé ir y volver cuantas veces fuera necesario. Me ayudé con la respiración. En cada repaso me fueron interesando y asombrando más los acontecimientos.
Entendí que solo había que dejar pasar la neblina de los pensamientos y las percepciones. Entonces todo se hizo más claro, menos confuso. Me alegré por este logro. Estaba comprendiendo qué era la Meditación.
No es solo una actitud externa, la suma de ciertas posturas o fórmulas predeterminadas. Meditar es una vivencia interior. Puedes meditar mientras caminas, hablas o corres. Solo si eres conciente de que estás caminando, hablando o corriendo. Y eso, para la gente ocupada suele ser muy, muy difícil.
La clave está en mantenerse atento e inalterable pese al afán siempre exigente del día. Frente a la vorágine del día, saber qué estas haciendo, sintiendo. Qué esta sucediendo allí adentro. Disipar la neblina de los pensamientos y echar un vistazo a lo que sucede. Nada más. Y eso puede ser fascinante porque abre un windows, como dice mi amigo Mario Dussuel.
Ahora bien, también puedes comenzar probando las formulas más clásicas sobre meditación. Acá una técnica básica que utiliza el Dr. Deepak Chopra:
- Concentrarse en una cosa sin forzarse, de manera que sea más difícil que otros pensamientos entren a la mente. A mí me gusta empezar con una meditación de respiración.
- Para iniciar la meditación, encuentra una posición cómoda. Siéntate en una silla cómoda, con los pies bien apoyados en el piso. Coloca las manos con las palmas hacia arriba. Cierra los ojos y presta atención a tu respiración.
- Observa cómo entra y sale el aire sin intentar controlarlo de ninguna forma. Tal vez notes que tu respiración se vuelve espontáneamente más rápida o más lenta, profunda o superficial, o que incluso se detiene por un momento.
- Observa los cambios sin resistencia y sin anticiparte. Cuando tu atención se desvíe hacia un sonido del entorno, una sensación en tu cuerpo o un pensamiento de tu mente, haz volver tu conciencia, sin forzarla, a tu respiración.
Intenta caminar solo haciéndote conciente que estas caminando. Medita solo este acto cotidiano tan vulgar. Escucha cómo hablas y lo que dices. Puedes también sentarte en un lugar donde bulla efervescente la ciudad: observa qué sucede sin juzgar.
Lo que sea que hagas para empezar será beneficioso. Te deseo perseverancia. Puede ser que algo cambie positivamente en ti. Y eso me haría muy feliz. También al mundo que te rodea.
Fácilmente me atasco en los oscuros recovecos de la mente. Divago. Regreso. Pensando cómo hacer lo que debo y seguir estando en paz con lo que siento. Gran tarea. Por momentos me encuentro muy ocupada en ciertos asuntos de la mente. Conversaciones van y vienen. Ingreso a la carretera de los pensamientos. Camino. Corro. Hablo. Estoy presente. Pero me alejo.
Percibo una fisura en mi paz. Me quiebro. Y ésta es la facultad del estrés en mí (y tal vez en ti). Me des-estabiliza. Me hace hacer cosas insensatas. Extrañas. Me acelera pulmones y corazón en aquellos momentos en que solo se requiere estar atento. Solo un poco más que siempre.
Pero siempre es un poco más tortuoso. Entonces me pregunto qué quiere el Estrés conmigo. Por qué me abandona solo cuando él quiere. Por qué me pierdo yo y dejo de ser quien soy.
Con estas preguntas inauguro hoy una serie de artículos, en los cuales voy a repasar ciertos verbos que me interesa mucho empiecen amablemente a conjugar. Especialmente ustedes (sí, tú!) que casi siempre están muy “ocupados” en otros asuntos. Comenzando con el verbo MEDITAR.
Ciertas palabras tienen un poder insospechado. También llevan impresas algo de temor. Este verbo en especial me generaba temor porque desde siempre se le ha rodeado de un halo de misterio, un esoterismo mal entendido.
Vinculado a ciertas religiones orientales que no tocan en nada a nuestro siempre presente catolicismo, meditar nunca estuvo en mis libros de infancia, núnca nadie me enseñó. -De haber sido así, me hubiese ahorrado cientos de experiencias malogradas e inservibles. Chatarra espacial que se acumula en los años mozos-
A la meditación se llega casi siempre algo agotado, por esta facultad extenuante que posee el estrés mal conducido, acumulado por años. Le pides a alguien que te enseñe o comienzas a buscar afanosamente cual iluminado busca su verdad.
Comienzas a practicar. Lo primero que acontece entonces es la frustración. Alguien te dijo que había que dejar de pensar. Sentarse en un lugar silencioso, en esa típica postura inmóvil y “acallar la mente”.
Recuerdo haber sentido mucha frustración al principio de mis prácticas. Sentencié amargamente: “¡esto no es para mí!”. La cabeza sigue hablando. Es más, mientras más intento el silencio, hay algo en el entorno que parece confabular. Más ruido percibo. Más voces aparecen. Mis responsabilidades. Las conversaciones del día. Aquellos enemigos virtuales llamados “pendientes”. El mundo real. Y todo se va por la borda.
Ante mi insistencia -porque para meditar hay que ser perseverante- un día solo comencé a observar lo que ocurría. No me opuse. No me ofusqué. Solo me observé sin imprimirle alguna emoción determinada al momento. Eliminé la lucha interna por ganar. Lo dejé ir y volver cuantas veces fuera necesario. Me ayudé con la respiración. En cada repaso me fueron interesando y asombrando más los acontecimientos.
Entendí que solo había que dejar pasar la neblina de los pensamientos y las percepciones. Entonces todo se hizo más claro, menos confuso. Me alegré por este logro. Estaba comprendiendo qué era la Meditación.
No es solo una actitud externa, la suma de ciertas posturas o fórmulas predeterminadas. Meditar es una vivencia interior. Puedes meditar mientras caminas, hablas o corres. Solo si eres conciente de que estás caminando, hablando o corriendo. Y eso, para la gente ocupada suele ser muy, muy difícil.
La clave está en mantenerse atento e inalterable pese al afán siempre exigente del día. Frente a la vorágine del día, saber qué estas haciendo, sintiendo. Qué esta sucediendo allí adentro. Disipar la neblina de los pensamientos y echar un vistazo a lo que sucede. Nada más. Y eso puede ser fascinante porque abre un windows, como dice mi amigo Mario Dussuel.
Ahora bien, también puedes comenzar probando las formulas más clásicas sobre meditación. Acá una técnica básica que utiliza el Dr. Deepak Chopra:
- Concentrarse en una cosa sin forzarse, de manera que sea más difícil que otros pensamientos entren a la mente. A mí me gusta empezar con una meditación de respiración.
- Para iniciar la meditación, encuentra una posición cómoda. Siéntate en una silla cómoda, con los pies bien apoyados en el piso. Coloca las manos con las palmas hacia arriba. Cierra los ojos y presta atención a tu respiración.
- Observa cómo entra y sale el aire sin intentar controlarlo de ninguna forma. Tal vez notes que tu respiración se vuelve espontáneamente más rápida o más lenta, profunda o superficial, o que incluso se detiene por un momento.
- Observa los cambios sin resistencia y sin anticiparte. Cuando tu atención se desvíe hacia un sonido del entorno, una sensación en tu cuerpo o un pensamiento de tu mente, haz volver tu conciencia, sin forzarla, a tu respiración.
Intenta caminar solo haciéndote conciente que estas caminando. Medita solo este acto cotidiano tan vulgar. Escucha cómo hablas y lo que dices. Puedes también sentarte en un lugar donde bulla efervescente la ciudad: observa qué sucede sin juzgar.
Lo que sea que hagas para empezar será beneficioso. Te deseo perseverancia. Puede ser que algo cambie positivamente en ti. Y eso me haría muy feliz. También al mundo que te rodea.
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