lunes, 1 de noviembre de 2010

VIENTO SUR*

Por Karina Olivares


Corría una brisa fresca, algo fría, esa tarde en que la machi del pueblo aceptó hablar conmigo.

Robusta, de baja estatura, intensos ojos oscuros y de muy pocas palabras. Rosa Raipán no era muy distinta a las otras mujeres del pueblo, aunque a poco andar noté el rasgo que la hacía ser diferente, muy diferente a las demás: su figura parecía fundirse íntegramente con la exuberancia del lugar, a orillas del lago Maihue, donde residía junto a la comunidad de Rupumeica.

Su familia poseía por linaje la facultad de curación, pero no había una machi verdadera hasta que un peuma premonitorio le avisó a su abuelo Juan que ella tenía que desempeñar este rol en el pueblo. Los primeros años fueron duros. Ella y su familia sabían que sería así y por eso la niña Rosa lloraba. Pero con los años, adquirió la sabiduría que le permitió desplegar todo su poder curativo, haciendo entonces realidad el lejano sueño de su abuelo.

Entre sus múltiples actividades, la machi Rosa tenía autoridad para alejar del pueblo los espíritus malos, aquellos que las más viejas del caserío percibían cuando entraba viento norte a sus casas. Al mantenerlos lejos, Rosa ahuyentaba también la incertidumbre, el miedo y una que otra enfermedad asociada a ellos. Aunque si un malestar lograba debilitar a algún miembro de la comunidad, sabía preparar el lawen adecuado con hierbas y plantas que recogía desde el prado por las mañanas.

Nuestra conversación fue fluida y también a ratos se hizo de grandes silencios. Esta enigmática y poderosa mujer parecía conocer todo lo concerniente a su comunidad. Los momentos de alegría, sus preocupaciones, lo que favorecía la salud y las acciones que atraían la enfermedad y la muerte. Tenía tantas preguntas por hacer a Rosa... pero el viento hacía crujir las copas de los árboles, silbando una canción que se fundía con una trutruca que alguien entonó a lo lejos, haciéndonos recordar que debíamos volver al pueblo.

Un hermoso manto estrellado nos esperó en la entrada del caserío, mientras que al interior el fuego central de las viviendas encendía las conversaciones que ese día sostuvimos hasta muy entrada la noche. Ya arropada para dormir medité sobre lo que había escuchado por boca de esta mujer y de parte de su comunidad. Coincidimos en vernos nuevamente para hablar del motivo que me había traído hasta el pueblo, una vez hubiere descansado del largo viaje que emprendí por motivos laborales, desde Santiago a Rupumeica.

Pero el arduo trabajo comunitario de esta mujer me impidió verla hasta al menos tres días después de nuestro primer encuentro. Me urgía contarle del motivo que me atrajo hasta el pueblo: nuestra paciente y antigua miembro de su comunidad, Juana Curinao.

Me intrigaba conocer las verdaderas causas que estaban detrás de la grave y repentina enfermedad que la había aquejado, y por la cual Juana había muerto hace pocas semanas atrás. Se trataba de una mujer perfectamente sana, quizás hasta el momento en que tuvo que dejar Rupumeica, hecho que marcó pocos meses después su traslado definitivo a la ciudad de Santiago.
Sabíamos por ella de un conflicto antiguo entre familias. Y que Juana y sus hijos habían tenido que dejar obligadamente la comunidad para ubicarse en una zona apartada, con dirección Norte, fuera de los límites territoriales del pueblo. La machi había atendido los malestares provocados por “las piedras” vesiculares que aparecieron repentinamente en Juana tras esta forzada separación. Una enfermedad que entendían muy bien Juana Curinao y su machi Rosa Raipán, dentro de las particularidades y el contexto vital que compartían.

La relación de ayuda había durado un tiempo, pero probablemente no lo suficiente. Rosa cumplía una función muy importante de acompañamiento y su paciente mostraba signos de mejoría. Pero las fuentes laborales se agotaron y Juana tuvo que aceptar un ofrecimiento de trabajo en Santiago.

Tras este evento Juana no tardó mucho tiempo en empeorar nuevamente. Recordaba frecuentemente a su familia que aún quedaba en el pueblo, sus ancestros, la mano de Rosa que le infundía seguridad y el verdor húmedo que había dejado atrás en la zona lacustre del Sur de Chile. Sin embargo no entendí lo suficiente la añoranza de Juana, sino hasta aquella tarde en que llegué hasta su pueblo natal atraída por su historia.

Apenas pude interrogué a la machi y a la gente que había conocido a Juana, intentando reunir información que me diera claves para entender el porqué de la evolución de su enfermedad. Fue entonces cuando Rosa me dijo con voz clara, mirando hacia su pueblo:

- En este lugar se marca una división invisible que guía el mundo que conocemos, conformado por la tierra y el mundo invisible de nuestros significados, donde habita el Mapuche y los otros seres de la naturaleza, con los cuales debemos vivir en armonía.

Había escuchado sobre la cosmovisión mapuche, pero ella me estaba revelando una nueva explicación de una simpleza extraordinaria. Prosiguió:

- Si esta armonía se rompe, vienen los espíritus malos, oportunistas que nos debilitan. Ellos son los responsables de algunas enfermedades que nos aquejan y que la mayor parte del tiempo puedo entender porque alguna armonía que teníamos entre nosotros se ha quebrado, por alguna disputa o conflicto antiguo, pasando a llevar nuestras leyes sagradas. Acepté ser la machi del pueblo, para guiar y acompañar a los miembros de mi comunidad, pero no podemos romper la armonía con la tierra porque nosotros somos la tierra. A veces para ayudar y ahuyentar a los espíritus malos, necesito conocer a la familia del enfermo y si es necesario a los ancestros de esa familia. La de Juana era una enfermedad mapuche que ustedes atendieron como mejor podían hacerlo, con los conceptos acotados que poseen sobre salud y enfermedad, pero los esfuerzos desplegados por ustedes en el norte no fueron suficientes, porque su dolor era por la tierra en conflicto que había dejado atrás. Juana tenía añoranza del viento que corre aquí en el sur y quería reunirse con sus ancestros.

A través de sus sabias palabras entendí la integralidad de la medicina que ejercía Rosa con su pueblo y comprendí un poco más a Juana “nuestra paciente en el norte” como decía la machi Rosa. Entonces me pidió que la acompañara a caminar un poco más lejos, para escucharme hablar de nuestra medicina y sus resultados.

Logramos subir con dificultad una porción de tierra hasta llegar a una explanada, desde donde se veía el pueblo de Rupumeica en toda su magnitud. Entonces Rosa clavando su mirada oscura en el amplio territorio, me señaló con su mano los cuatro puntos cardinales, haciéndome saber lo siguiente:

- En el Este –me dijo- que llamamos Pwel Mapu, se encuentran los espíritus benéficos que nos traen la claridad para sanarnos y convivir de buena manera con los miembros de nuestra comunidad y la naturaleza. También están allí las casas de nuestros antepasados, desde ellos también recibimos ayuda cuando la necesitamos. Willi Mapu, el Sur, han de saber que es un lugar muy especial para nosotros. Lo que florezca allí nos traerá buena suerte y será beneficioso para nuestro pueblo. Pero tanto Pikun Mapu, el Norte, como el Lafken Mapu, el Oeste, son lugares donde no podemos asentarnos, ni trasladar enceres, familia o negocios. Allí residen los espíritus malos que nos esperan cuando estamos confundidos, ofuscados. Ellos quieren que estemos solos. Son atraídos por el viento norte que los disemina hacia nuestras casas, entonces no vamos hacia esos lugares porque no seremos felices, vamos a extrañar nuestra familia, las ceremonias y lo más probable es que enfermemos, como fue el caso de Juana, por la cual intercedí muchas veces para que pudiese retornar al pueblo.

Bajamos en silencio el monte y el viento frío nuevamente nos obligó a retornar. Sabía que debía descansar para emprender regreso a Santiago a la mañana siguiente, aún cuando hubiese deseado quedarme una larga estadía junto a la machi y su comunidad. Las enseñanzas que recibí, su modo de ver y de mostrarme la cosmovisión mapuche habían cambiado para siempre mi manera de entender la salud y los procesos que conducen a la enfermedad.

Me esperaba el norte con su medicina, que poco a poco, comenzaba a llenarse de interculturalidad, gracias a los espíritus benéficos que nos atrae el viento sur.


* Ganador del 2do. Lugar en el Concurso de Cuentos y Poemas “La Salud Intercultural desde las Letras” organizado por el Servicio de Salud Metropolitano Oriente (dependiente del Ministerio de Salud – Chile) en Octubre de 2010.

domingo, 3 de octubre de 2010

AUTENTICIDAD

Por Karina Olivares

Cuando desaparece lo falso,
aparece lo verdadero con toda su novedad,
toda su belleza, porque la sinceridad es belleza,
la honestidad es belleza, la autenticidad es belleza (Osho)

.

Los antiguos filósofos decían que el sentido de la vida era “encontrar la verdad”. Pero uno no va por la vida buscándola, no hace ese trabajo porque no tiene tiempo para ello. A lo sumo vivimos como mejor podemos hacerlo, en medio de las circunstancias que nos tocan, haciendo frente a los acontecimientos a veces turbulentos, a veces calmos. Proyectando también un poco de futuro, recordando el pasado.

En ese ir y venir la vida pasa rápidamente para algunos y a “la verdad” raramente la encontramos. Pero fuera de lo que podría ser esta antigua discusión filosófica, me gusta pensar en la verdad como aquel sentimiento sublime de estar haciendo lo correcto en el momento exacto, cuando se necesita. Ese momento preciso en que parece que todo está en orden y se tiene la certeza de ir por buen camino. Encontrar un sentido al asunto –decía un amigo- “aunque sea absurdo” o no se tenga plena claridad del resultado. Manifestar la verdad, “caer en cuenta”. No tramitarse más y ser derechamente honestos con nosotros mismos.

Pero cuesta, aunque sé de gente que ha encontrado su verdad y vive algo parecido a la felicidad. La mayoría son viejos, pero conozco también jóvenes que han asumido con autenticidad plena su vida, con todo el dolor o el sufrimiento que puede implicar remover algo que parecía seguro. Todos ellos dieron con ella, con la amiga esquiva verdad, la encontraron quizás después de un proceso trabajoso que se “reinicia” por nuestra parte con un poco de voluntad.

Hablo de reiniciar un proceso porque cuando fuimos niños la inocencia nos trajo esa verdad aunque no éramos plenamente concientes de ella. Esa verdad era un poco ingenua e ignorante aunque muy parecida a la felicidad completa. Luego, obviamente, la perdimos de vista. Con el paso de los años la inocencia fue reemplazada por desconfianza y duda ante un mundo peligroso, algo amenazante, donde había que adecuarse. Entonces la madurez nos hizo rudos, avanzamos en medio de mentiras necesarias que parecían verdad, e incluso llegamos a creerlas, hasta ahora.

Hasta hoy cuando parece que tenemos que cambiar. Porque sea cual sea el motivo por el cual uno se haya olvidado de si mismo, de quien era o hacia donde iba, el desafío es volver a sincerarse, puesto que una de las tareas más hermosas de llegar a ser verdaderamente maduros o algo más sabios, se relaciona precisamente con esta actitud o cualidad que comienza a hacerse más necesaria con el paso de los años.

Pareciera que a cierta edad uno debiese saber cómo no cometer tantos errores y aprender a fluir con los acontecimientos, transparentarse frente a los demás, pero principalmente hacia uno mismo. Aprender a ser auténticos sin tanto esfuerzo, simplificar la tarea. Lograr pararse frente a la vida como aquellos viejos sabios, extremadamente sencillos en su modo de ser y de relacionarse, que van soltando en vez acumular, que callan en vez de rebatir una discusión. Que se quedan solo con lo necesario –que objetivamente es muy poco- y que a la larga se transforman en personas admirables porque están en paz con sus vidas.

Ahora pienso en ellos y en este atributo que es la autenticidad, la honestidad. Me miro en lo que ha sido mi historia y también a todos mis amigos que pasan por algún periodo de crisis profunda a raíz de la cual han tenido que revisar obligadamente cuanta verdad o mentira habían acumulado con los años y qué harán con eso que tienen ahí en sus corazones. Porque estos viejos que están hoy internamente en paz, iniciaron un camino que comenzó a clarificarse (o a ensombrecerse) en la mitad de la vida.

Muchos de ellos lograron surfear la crisis, esa especie de oleaje, marejada o de frentón tsunami, que se viene justo en la mitad del camino a casa, cuando entra un cuestionamiento feroz y despiadado a todo lo que se ha hecho y lo que queda por avanzar con los años que van quedando en frente.

Esta gente admirable, fue crítica frente al proceso de cambio interno, lo afrontó y aceptó lo que muchas veces no se puede cambiar. Supieron también ganarle un día a la mentira, que vestida de omisión, se quiere asentar sobre todo lo que parece estar bien pero que no, o en lo que nos es “cómodo” pero que no necesariamente nos hace más felices.

Pero mientras llegamos hasta allá, a ser auténticos seres humanos, dichosos, diré que no es fácil ser honesto, en lo absoluto. Pájaro raro si te das cuenta que todo está organizado para andar transitando a medias tintas, con verdades maquilladas, viendo el vaso medio lleno u omitiendo, sin necesidad de generar ningún tipo de cuestionamiento a la propia vida o a la de los demás. Por eso da la impresión que algunos andan por andar no más “haciendo el trabajo” masticando un malestar que se podría quedar ahí eternamente.

Una sensación extraña, un sentimiento sobre algo que no funciona, aunque no se sepa bien qué es o mucho menos cómo se arreglaría. O se sabe, pero el arreglo está fuera de nuestro alcance, salvo probablemente ese maravilloso regalo que significa una escucha sincera de quien ha hecho el camino o lo esté recorriendo paralelamente con nosotros. Un amigo, un viejo sabio. Alguno dispuesto con un corazón bondadoso. Todo sirve, para volver a ser auténticos en el camino de regreso a casa.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

MINEROS: LO IRRELEVANTE Y LO IMPORTANTE

Por Karina Olivares


Hacer reduccionismo de los problemas sociales de fondo, es una estrategia política y mediática ampliamente utilizada, que sirve para generar una sensación de pseudobienestar y estabilidad que luego se traduce en silencio, en personas que, estando en su justo derecho, podrían ser fuente de conflicto en un tipo de sociedad que tiende a uniformar y evitar la confrontación a como de lugar.

Dicho lo anterior, me sumo a la cantidad de personas que sienten una especie de malestar, mezcla de vergüenza ajena con pudor, por la forma en cómo se están llevando las cosas en el diario vivir del Campamento Esperanza y cómo este camino, va a impedir a la larga resolver el problema de fondo que terminó con el derrumbe en la Mina San José y estos ya celebres 33 mineros atrapados a más de 700 metros de profundidad.

Basta un poco de sentido común para darse cuenta que se ha generado una intromisión excesiva y poco aportadora en la vida de estas personas atrapadas, quienes encontrándose en esa situación de dependencia y sobre exposición absoluta, deben acatar lo que se decida sobre cómo llevar su cotidianeidad en las profundidades.

Me llama la atención y me avergüenza haberme enterado por el solo hecho de ser telespectadora o lectora de medios escritos, de datos tan poco relevantes para mi persona como los que siguen:

• Qué comieron hoy los mineros. En qué consistió el plato de entrada, el de fondo, el postre y hasta qué tipo de pan están ingiriendo, bajo la atenta mirada de los profesionales que han establecido un estricto manejo de lo que pueden y deben consumir, todo lo anterior con una sobre exposición abismante.

• Qué marca de ropa deportiva los vistió. Aquí el “sponsor” oficial de los mineros, ha utilizando la tragedia de la manera más feroz que se podía haber encontrado para posicionar la marca. Lo que desconoce la oportuna y solidaria empresa, es que el minero históricamente ha desarrollado su labor expuesto a temperaturas extremas y a torso desnudo como dicta la costumbre, por tanto la ropa sería aquí un tanto innecesaria.

• Del contenido de las pocas cartas filtradas inicialmente por la prensa dirigida a las esposas de los mineros, expresión de romanticismo que poco debiera importarnos, cuando se sabe además que las mujeres de los mineros conocen de antemano las largas ausencias que se manejan en este oficio y cómo sus hombres “resuelven” este conflicto.

• Quién se sentía hoy triste o apesadumbrado, tanto para no querer aparecer en pantalla. Desconociéndose también el derecho que tiene cada persona a sentirse “depresivo”, acongojado, irritado, impotente, aislado, en fin, máxime en una situación como ésta.

• Lo que dijeron los analistas de la NASA tras descender en el desierto como si se tratara de la superficie lunar. Estos expertos observadores dejaron indicaciones como por ejemplo: no enviarles música en formato Ipod a los mineros, por el riesgo que corrían de “aislarse”, como si alejarse por un rato de los compañeros de trabajo fuera un delito.

Cabe detenerse en este punto, ya que esta sugerencia experta que busca disminuir a cero toda expresión de individualidad, pasa por alto el derecho a la “intimidad personal” que a todos nos asiste, derecho que a estas alturas les estaría completamente negado por considerarse “peligroso” para la seguridad del grupo y el plan de rescate. En este sentido, el bloqueo y la retención de las misivas desde y hacia los mineros con su familia, cumple la misma función de seguridad para evitar la filtración de datos que podrían ser efectivamente importantes.

• Quién fue el ágil que escribió el ya célebre papelito que se encuentra hoy desaparecido: “Estamos bien en el refugio los 33” Entre otras curiosidades y frases para el bronce que abundan en cuanto matinal oportunista y noticiero está de turno.

¿Qué buscan estos datos de público dominio y de base irrelevantes? Tal vez ensalzar al minero como ejemplo de superación y su ya consabida capacidad de sobrevivencia extrema, enfocándose en la vida que están llevado en las profundidades. O tal vez también, desviar el foco de atención sobre lo que realmente importa, toda vez que es EN LA SUPERFICIE y no en el fondo de la mina, donde se tomaron las decisiones que llevaron a esta tragedia.

Pese a todo, la consigna que vamos a escuchar todos estos meses previos al rescate será: “YA HABRA TIEMPO PARA ELLO” considerando solo lo realmente importante: sacarlos con vida. Aprovechando de hacer un despliegue tecnológico nunca antes visto, que de paso nos instruye en los nombres de las maquinarias, sus especificaciones técnicas, el avance promedio diario que van alcanzando, etc. etc.

Y mientras el tiempo pasa, mientras por fuera buscamos las responsabilidades armando comisiones investigadoras, nos convencemos que lo mejor que puede pasarle al país es el rescate con vida. Y sería bueno aquello sin duda, una verdadera hazaña mundial.

Porque tras la fiesta interminable que resultaría de aquello, el asunto volvería a quedarse en el mismo punto muerto que teníamos al principio cuando nada hacia presagiar la emergencia. Cuando a nadie le importaba qué ropa estaba utilizando el minero extremo o qué comía en la profundidad del socavón, si era diabético, buen escritor, alcohólico, mujeriego o destacado en el fútbol.

En un país con una opinión pública reducida a ser solo espectadora del dato morboso e irrelevante, con la atenta ayuda de los medios de comunicación, una buena opción es rechazar de plano la conveniente intromisión en la vida privada de las personas y el manejo de información por motivos de seguridad nacional. Porque aquello no tiene ni tendrá justificación alguna aunque estos hombres corran riesgo vital o afecte el plan de rescate o lo que sea que se haya definido.

No se trata aquí de resolverles el problema que se define bajo una mirada reduccionista o simplista con parámetros creados convenientemente por quien quizás, nunca ha vivenciado situaciones de pobreza, sino que se trata de alcanzar a conocer el real sentido que este conflicto presenta y la oportunidad que revela, entre otros:

- El respeto a la identidad y privacidad de las personas, por sobre la problemática que lo aqueje.

- El respeto por el modo de vida y la manera cómo las personas van resolviendo sus conflictos con miras a lograr una mejor calidad de vida, ansiado “estado de situación” que dependerá de las posibilidades que tengan de satisfacer adecuadamente sus necesidades humanas fundamentales.

- Y la capacidad de resolver los temas de fondo planteados a nivel social y económico que están detrás de esta tragedia, estos son: falta de fiscalización, flexibilización laboral y subcontratación; altos niveles de cesantía; escasa o nula participación de los propios trabajadores; precarización del empleo. Asuntos importantes frente a toda la pantalla de irrelevancias a las que estamos expuestos cada día.

viernes, 20 de agosto de 2010

HOMBRES BAJO TIERRA II

Por Karina Olivares



La demostrada incapacidad humana y técnica para rescatar los cuerpos de los mineros accidentados en el Norte, reaviva la idea de que definitivamente, estamos asistiendo a la que se ha denominado “la segunda gran tragedia del Bicentenario”.

Un año difícil desde todo punto de vista. Año en que Chile debiese celebrar sus 200 años de vida independiente, pero donde todos los esfuerzos se han concentrado en cómo se reconstruye un país devastado por el terremoto y cómo se rescata desde el fondo de una mina colapsada a 33 compatriotas.

El drama nos toca en el fondo porque los mineros no solo representan un oficio que ha sido el sustento económico de generaciones en el Norte, sino que además, son una clase de hombre muy respetada y querida por las duras condiciones laborales que debe afrontar, y de las cuales salía casi siempre adelante, abrigado por su fe inquebrantable a la Virgen de la Candelaria o San Lorenzo patrono.

Religiosidad que por cierto, parece hoy sustituir las exigencias de seguridad que deben estar presentes en toda faena minera porque son derechos laborales especiales, mismos por los que tanto lucharon antaño estos hombres o sus abuelos, cuando se sabía muy bien que algo más aparte de Dios, podía protegerlos de los embates de la naturaleza o de un patrón ambicioso.

La de febrero y ésta, son dos tragedias que han tocado a los más pobres de nuestro país. Como es sabido: a los que vivían en el Centro y Sur en sus casas de adobe, en pueblitos perdidos por los que nunca había pasado la mano del desarrollo. Los que trabajaban de manera sencilla gracias a la pesca artesanal o del turismo en época estival. O estos mineros, que conociendo su destino se internan en un socavón fracturado que puede ceder en cualquier momento, dejándolos atrapados sin escapatoria.

Ambas emergencias han tenido su origen en la Tierra, se asocian al fenómeno natural, a la intervención del hombre, a circunstancias fuera de nuestro control quizás, pero cuyas causas terminan recayendo al final del día en un mismo vértice común: el problema social por la pobreza que dejan al descubierto.

Una pobreza que se ve claramente reflejada en el abandono y la negligencia al no supervisar faenas peligrosas porque esa gente era considerada de tercera o cuarta categoría, “trabajadores desechables” como se ha dicho. Vidas cegadas por el silencio de los responsables que reabrieron una mina clausurada, sabiendo que la necesidad de esos hombres iba a facilitar el que no cuestionaran las condiciones que se les estaban presentando.

La mesa está irremediablemente servida para la ocurrencia de este tipo de tragedias, en un Chile Bicentenario que otorga facilidades al empresariado para que subcontrate personas como objetos prescindibles, con la comparecencia de otros factores “ayudadores” como son la escasa o nula capacidad de supervisión del Estado.

En fin, no será este un año para celebraciones. A lo sumo será una oportunidad para generar una reflexión profunda de cómo han sido llevadas las cosas hasta ahora en materia social y laboral. Con qué cuidado se han implementado y focalizado los programas tendientes a superar la extrema pobreza. En qué medida se han dado a los más pobres oportunidades laborales concretas para que no sigan replicando los mismos trabajos precarios de siempre, o se sigan construyendo asentamientos humanos inseguros, que mañana serán barridos por un alud, un derrumbe o una ola, llevándose todo lo que tardó “una vida” en ser construido. Y de esos ejemplos hay tal vez demasiados en nuestra historia y loca geografía.

En suma esta es la tragedia de la precariedad, de las personas que perdieron su vida pero que antes perdieron su derecho a exigir mejores condiciones laborales, por desuso de un derecho humano, en un sistema que no los considera y que obstruye la participación social por considerarla peligrosa.

Pero Chile no solo es esta cifra que se eleva a un 15% de la población en extrema pobreza, también vive aquí la otra parte del país que no verá el dolor de la pobreza porque no la conoce, porque está ocupado en generar las riquezas con toda la ley e instancias públicas o privadas a su disposición.

Un Chile compuesto por los ingresos más altos, que verá en ésta, solo una más de las tragedias naturales que se generan producto del infortunio que azota siempre a “los más desfavorecidos”. Los que no lograron integrarse porque son “flojos”, porque no buscan oportunidades, porque viven en zonas conflictivas vinculadas a la delincuencia o al tráfico de drogas, o simplemente porque les suceden una tras otra este tipo de desgracias.

Es de esperar que la lección de esta tragedia pueda ser entendida por quienes están definiendo hoy las políticas públicas a nivel macro. El impacto de una decisión en los niveles superiores, sabemos, recae a corto plazo en las personas, sus familias, en el trabajo al cual pueden optar los jefes de hogar, en las oportunidades de educarse y en otras áreas tan sensibles como esa.

Seguiremos siendo espectadores de casos tan lamentables como el de la Mina San José, si los que están a cargo de tomar las decisiones no las asumen con la responsabilidad política, económica y social que se requiere y solo ven en ello su beneficio económico.

martes, 10 de agosto de 2010

HOMBRES BAJO TIERRA

Por Karina Olivares


Me conmueve profundamente lo que sucede con los mineros en el norte de nuestro país. No solo porque hoy no se sepa qué sucederá con los 33 hombres que se encuentran sepultados a no se sabe qué distancia bajo tierra. Porque han de saber que cuando en los medios se dice “señores, se encuentran a 300 metros e incluso en un refugio a salvo” esta es solo la versión oficial. En realidad, eso podría ser el doble o el triple. No es misterio que los medios mienten y “omiten” so pretexto de no alarmar a la población.

Me conmueve porque ellos, los mineros, son ya una especie en extinción. Ellos van a la mina. Van y vuelven en una especie de noviazgo que puede terminar en tragedia un día. Quinientas veces vuelven con la certeza que esta podría ser la última cita. Ellos saben que la mina los puede sepultar vivos, como a estos 33 hombres que notaban hace rato el crujido y el goteo de las paredes subterráneas en su eterna enamorada.

Ellos, al fragor de este oficio saben, entre muchas otras cosas, cuando la mina simplemente ya no dará más de intrusiva excavación. Cuando se acercará el día en que el turno final les toque a ellos o alguno de sus amigos entrañables. Cuando uno de ellos sea llamado sin retorno a las profundidades, a rendir cuentas por la única ilusión que han tenido en sus vidas, el ser dueños de esta esquiva diosa mineral.

Los mineros saben que cada gramo vale, que la mina cobra su peso en oro, el mismo que extraen a destajo, subcontratados por la empresa multinacional a la cual poco y nada le importa quiénes son estos hombres que suben y bajan hacia su destino. En ellos la necesidad siempre puede más, la pobreza, las generaciones tras generaciones haciendo lo mismo.

Porque más vale morir como buen minero que ser un desclasado, uno más de los tantos que afuera no tienen para dar de comer a sus hijos y terminan como muchos antaño honrados, metiéndose al juego del tráfico, que en el norte y las zonas fronterizas es grito y plata, como lo fue antes el oficio de la minería.

Ahora, con el paso de las horas, solo cabe esperar mientras unos pocos deciden cómo comunicar estratégicamente lo que nadie quiere escuchar, la mala noticia de que “Dios” se ha llevado a estos mineros, eufemismo infame que encubre la verdadera mala noticia nacional: el atropello sistemático a los derechos especiales que le asisten a este tipo de trabajador extremo, el que labora a kilómetros bajo tierra, el que hace faenas extractivas en el mar o el que simplemente expone su vida porque “no le queda otra”.

En esta historia no solo la vida de los mineros ha quedado en suspenso, sino toda la pantalla de versiones que giran entorno a esta tragedia. Suspicazmente, pueda ser que el famoso ducto de ventilación por donde se supone podrían haberlos rescatado en primera instancia nunca haya existido. Tampoco el famoso refugio tiene porqué haber estado o la distancia a la que nos dicen se encuentran realmente los mineros.

¿Cómo saberlo? Me otorgo el derecho a la duda considerando que la misma Iglesia -muy emparentada con las cúpulas de poder económico- denuncia que las condiciones laborales y estructurales de la mina San José eran “muy similares” a las de principios del siglo pasado. Y la cara les queda donde mismo.

Mientras unos piensan cómo comunicar el asunto para que no parezca ésta una sociedad en la que se vulneran a diario los derechos laborales, tal como se hacía hace 100 años, las transnacionales de la megaminería siguen especulando con las divisas y las vidas humanas. Ellas, las grandes, las responsables de esta tragedia van a seguir buscando oro, plata, cobre e incluso uranio un poco más allá cuando todo esto deje de ser noticia.

Ellas, las que supuestamente le hacen el “sueldo” a Chile –léase el sueldo al quintil más rico de este país- provocan la desaparición de montañas y la fisura del suelo en kilómetros de distancia bajo tierra. Las grandes intocables son las mismas que en sus faenas utilizan 9 toneladas de explosivos diarios y generan otros 18 de desechos tóxicos para fabricar un hermoso anillo de oro que va a engalanar a la señora del gerente. Mismos desechos que llegan a las personas a través del agua contaminada, misma que va a tomar el hijo del minero pobre que arriesgó su vida ayer.

En fin, la muerte o el rescate de estos 33 hombres bajo tierra es sin duda, el último eslabón de una depredación sin límites, la resultante de oscuros intereses económicos que desconocemos en su real dimensión, pero que ahora cobran estas vidas como lo hicieron también antes en los otros episodios de nuestra historia de desastres nacionales.

De estos impasses, está hecho el crecimiento, el desarrollo, nuestra patria que es paraíso de inversionistas. Para que lo vayamos sabiendo, éstas son las cifras oscuras con las que se hace el sueldo de Chile. Sepa entonces “Dios” -nuestro refugio ante la adversidad- retribuir el esfuerzo de estos hombres anónimos, para seguir construyendo las mismas desigualdades de siempre.

viernes, 23 de julio de 2010

LOS DOS PRADOS

Por Karina Olivares

«El hemisferio izquierdo analiza el tiempo,
mientras que el derecho
sintetiza el espacio»
Jerre Levy


Hace exactamente dos meses, el compositor, cantante e ícono de la música ochentera, el argentino Gustavo Cerati sufrió un Accidente Vascular Cerebral que lo tiene hasta hoy sumido en un estado vegetativo permanente, es decir, “invariable” e irreversible desde el punto de vista médico, a pesar de todos los esfuerzos por volverlo a la vida conciente.

Su estado vegetativo se debería a que tiene afectado “gran parte del hemisferio cerebral izquierdo” a raíz de una hemorragia, y también una zona fundamental, homologable a un piloto automático, que debiese funcionar cuando todo lo demás falla denominado “tronco cerebral”.

¿Cómo poder entender mejor estos conceptos? Y para aquellos que miramos un poco más allá de los parámetros biomédicos ¿qué significa que el cantante tenga afectada esta zona del cerebro? Si fuera Cerati un familiar, me lo preguntaría, pero vaya que también hemos conocido otros casos similares al de él en el último tiempo.

Para comprenderlo mejor podríamos decir que la conciencia física tiene su expresión en el cerebro humano, pues es en su anatomía donde se pueden identificar claramente dos hemisferios: el derecho y el izquierdo. Los cuales se diferencian principalmente por las funciones que desempeña cada uno, la capacidad que moviliza y las responsabilidades que asume según la actividad principal que la persona desempeña, siendo predominante uno u otro hemisferio, aunque cada uno complementa armónicamente al otro.

Esta separación y complementariedad armónica de ambos hemisferios cerebrales, queda bien descrita por el profesor y filósofo humanista, Bob Samples, quien ofrece un ejercicio de imaginación para entenderlo:



«Supongamos por un momento que cada uno de nosotros tiene en la cabeza no sólo
un prado, sino dos. Dos prados claramente diferentes. Desde luego, como ambos
son prados, tienen algunas cualidades en común. Pero aún así existen diferencias
apreciables entre ellos. Para que queden bien separados, visualicemos un río
ancho y rápido que corre entre los dos. Eso es, un río que fluye de un
hemisferio al otro. Lo más asombroso de este río es que fluye en ambas
direcciones a la vez. La sustancia de un prado puede pasar instantáneamente al
otro. Sin embargo, en cuanto llega, se transforma adaptándose a la ecología del
nuevo prado»

Un mismo prado pero dividido en dos sub prados “distintos” pero complementarios, buena apreciación a un concepto difícil de comprender a simple vista. Pero también se trata de entender el significado de cada uno de estos hemisferios y sus funciones, para saber cuándo estamos manejando la dinámica de un prado y cuándo también se requiere potenciar o abocarnos concientemente al otro, para lograr la UNIDAD, concepto que es clave para comprender la dinámica salud/enfermedad.

Uno y otro, representan la parte de un todo armonioso que se manifiesta en funciones concretas y también simbólicas, porque no solo velan por el buen funcionamiento físico sino que también apuntan hacia aspectos psicológicos y espirituales que es preciso integrar.

El hemisferio izquierdo por ejemplo (el cual tiene comprometido Cerati) se denomina hemisferio práctico y es eminentemente verbal y matemático, puesto que es el encargado de la lógica y el lenguaje, de nuestra facultad de lecto-escritura, de cálculo y numeración.

El izquierdo está principalmente avocado a los asuntos de tiempo, siendo estricto en la valoración racional de los asuntos a los cuales nos avocamos. Con este hemisferio somos capaces de interpretar el entorno, permitiéndonos analizar nuestra capacidad de actuación a corto plazo, en la inmediatez que nos brinda el tiempo disponible.

A nivel físico el hemisferio izquierdo gobierna el lado derecho de nuestro cuerpo, la utilización de la mano derecha y la inteligencia racional. Según la filosofía china, el hemisferio izquierdo es Yang, es decir, masculino, el polo positivo que se vincula con la luminosidad del día y la vida que se manifiesta en vigilia, por tanto todas las actividades racionales que realizamos de día están siendo facultadas por esta zona cerebral.

Por otro lado, el hemisferio derecho permite a su vez la capacidad de visión en conjunto, evaluando la totalidad a través de la visión en pequeñas partes. Representa la inteligencia emocional. La razón del corazón, las intuiciones sobre el camino correcto. Es también el prado generador de los sueños, pues su gran motor resulta ser la imaginación, por cierto muy ligado al arte y al mundo artístico en general, como la música, la pintura o la poesía, entre otras expresiones.

De acuerdo a la filosofía china, el hemisferio derecho es Yin, femenino, negativo y se encuentra vinculado en general al mundo que se desenvuelve en la noche, al inconciente que se manifiesta durante el sueño, siendo en la pasividad del mundo racional, donde se expresa todo su potencial, aunque la creatividad, las “ideas brillantes” y la inspiración que podemos recibir durante el día también están siendo emanadas desde este plano de la conciencia, entre otros muchos elementos.

El ser humano y otros seres vivos experimentan de manera clara esta interesante polaridad que no solo está representada en estos dos hemisferios cerebrales que son complementarios y claves en nuestra vida, sino que en otros pares de polos igualmente importantes: vivimos por un lado separados por estados de conciencia donde se experimenta por un lado una presencia diurna (la vida) y otra nocturna (similar a la muerte) dada a su vez al interior de polaridad día-noche, pero durante los cuales de igual forma se mantiene un continuo, en constante movimiento comunicados por aquel río central del cual hablaba Samples.

De alguna manera todo lo que existe presenta dos pares de fuerzas fundamentales aparentemente opuestas y complementarias, que se encuentran en todas las cosas y elementos del Universo (siendo esta última hipótesis central en la filosofía china y el Taoísmo). Un patrón más o menos similar que permite una armonía básica para la subsistencia de todas las cosas y el crecimiento de todo lo que es a nuestro alrededor. Por ejemplo: el par luz/oscuridad, día/noche, bien/mal, sonido/silencio, calor/frío, movimiento/quietud, vida/muerte, masculino/femenino, entre otros.

Cuando nos estancamos en un asunto o no “fluimos” en él, se rompe una dinámica que estaba presente, se produce un malestar, una sensación de incomodidad sobre algo que no está bien, lo que de mantenerse invariable en el tiempo sienta las bases para la aparición de enfermedades en el cuerpo, la mente o en ambas, pero también la ocurrencia de situaciones de emergencia a nivel de salud.

Se sabe que la enfermedad del cuerpo casi siempre acusa antes síntomas psicológicos y emocionales predecesores, a veces por bastante tiempo previo a la emergencia de salud física en la cual desemboca o se “resuelve”. Nos sentimos poco integrados “fisurados” en algún nivel, y esto puede ser fácilmente evidenciable en algunos aspectos de nuestra vida que representan un problema. Desde este punto vista “el cuerpo es el último que se enferma” por tratarse de materia mucho más densa que las emociones.

Decimos “esto no funciona” y cuando algo se encuentra estancado, se muere o enferma. Entonces las tradiciones más antiguas señalan que este malestar a veces sutil en primer término, debe ser integrado, llevado a la conciencia, comunicado y resuelto en la medida de nuestras posibilidades, para permitirnos de esta forma volver al centro, a la unidad que representa aquella sensación de bienestar que llamamos salud y lo cual no es otra cosa que equilibrio de pares en necesario movimiento.

La inteligencia presente en los dos prados o hemisferios cerebrales (el “racional” y el “emotivo” como popularmente se les conoce) habla de la necesaria comunicación e integración que debe existir en nosotros y en la flexibilidad personal como una cualidad importante a desarrollar. Como señalaba el Prof. Samples: permitir que el flujo de información pase de tiempo en tiempo a cada prado, facilitando la comunicación entre ambos, ayudándolos a crecer, al tiempo que cada uno aporta en su singularidad. Buen desafío.


+ Nota relacionada: "El accidente de Gustavo Cerati", Clarín.com

martes, 22 de junio de 2010

CONCIENCIA o “El Observador de todo lo que es”

Por Karina Olivares


La conciencia es el observador de todo lo que ocurre o el silencio que queda detrás de toda cosa hecha mientras estamos en vigilia, despiertos, haciendo lo que tenemos que hacer.

Para acceder a ella basta con realizar un simple ejercicio que consiste en acallar los pensamientos por un momento, ubicarse en una posición cómoda y observar qué ocurre en el nivel interno sin juzgar.

Casi todos lo hemos hecho en algún momento o tal vez algo parecido. Solo recuerden lo que sucede al ingresar y mantenerse en un lugar sagrado, por ejemplo, una iglesia o un lugar que les resulte especialmente espiritual fuera del contexto religioso. Al cabo de unos minutos algo en lo profundo se moviliza, abriéndonos paso al nivel del Alma que nos permite experimentar gratitud por lo que tenemos y compasión por otros, lo que finalmente alivia malestares y relaja emociones negativas.

Lo interesante de todo esto es que se puede acceder a la conciencia o nivel del Alma, sin intermediar necesariamente circunstancias especiales, porque solo basta la intención personal de hacerlo.

De igual manera cabe decir que algunas religiones señalan abiertamente que la práctica habitual de la meditación (sea esta trascendental, budista o cristiana, entre otras) sería un medio adecuado para acceder a este espacio de máxima apertura que algunos llaman comunión con Dios, una sensación de plenitud, alegría con mezcla de paz, entre otras tantas definiciones.

Dimensión donde ciertamente pueden encontrarse algunas respuestas a problemas de simple manejo cotidiano o de un nivel intermedio o más complejo (ejemplo: cómo proceder de la mejor manera, qué significa hacer lo mejor, cómo predecir daños o el mal menor en una situación de conflicto, qué camino tomar, etc.).

Pero este ejercicio podría tornarse algo difícil puesto que en todo momento la mente se encuentra avocada a los pensamientos, tareas del día, pendientes o elementos dispersos que provienen de los estímulos exteriores. A la mente podemos encontrarla ocupada en asuntos del pasado o bien, varios pasos adelante, en el futuro.

“Casi siempre” está en alguna de estas cosas o en todas estas circunstancias a la vez. Por eso a algunos simplemente se les hace difícil “lacearla” porque se les arranca como si se tratase de caballos salvajes. Parece que la cabeza y sus asuntos pendientes fuesen más rápido que nosotros mismos, dejándonos agotados al final del día.
La mente o si se quiere “la cabeza”, no descansa salvo en los momentos de sueño profundo, en que parcialmente perdemos la conciencia del aquí - ahora y sobre los asuntos del pasado o del futuro que le inquietan. De alguna manera caemos en la incertidumbre e ingresamos en otro nivel de información, otra carretera de pensamientos sobre los cuales no tenemos control.

Se sabe que mientras dormimos, el cuerpo y sus funciones asociadas descansan, pero los circuitos neurológicos siguen trabajando, haciendo limpieza de los contenidos diurnos, reciclando emociones, pensamientos persistentes del día y renovando la farmacia bioquímica que nos permite mantener un equilibrio más o menos adecuado.

Cabe decir que la calidad de las experiencias oníricas y del descanso alcanzado, se vinculan con la dinámica salud o enfermedad que estamos manifestando, las experiencias del día, los recuerdos o resabios de las relaciones que establecemos, el nivel de estrés emocional que manejamos y también el grado de preparación con el que llegamos a realizar el acto tan cotidiano de dormir y “descansar”.

Un sueño profundo y reparador –cuyo tiempo depende del bioritmo de cada uno- permite vivenciar otras realidades igualmente potentes en contenido y significados que también forman parte de la conciencia o Alma en aquel nivel profundo que siempre está observando todo lo que sucede.

De manera misteriosa y ubicada en un lugar que desconocemos, la conciencia maneja un switch, un interruptor ON/OFF que nos señala cuando la experiencia ha terminado, cuando debemos ingresar a otro nivel de información para estar alertas en otro nivel de juego. ¿Dónde está ese interruptor? ¿Quién lo maneja? ¿Cómo se genera en nuestro nivel interno la capacidad de observación sobre las experiencias?

A la capacidad de mirar sin mirar o de estar presentes en un nivel que trasciende los sentidos tradicionales se le denomina conciencia, un testigo silencioso que nos ha acompañado a lo largo de toda nuestra vida, que trasciende los años, que avanza en edad pero que no envejece con el cuerpo en esta especie de viaje que resulta ser la vida.

A la conciencia se le llama también el Observador de todo lo que es en el tiempo siempre presente. El observador, la conciencia, toma parte de los asuntos del día y de las preocupaciones, pero trasciende a todos esos asuntos. Conoce los ritmos y los regula. El observador no se involucra emocionalmente como lo hace la mente o el cuerpo, y es quien en algún momento dado, nos entrega soluciones integrales a los asuntos que podrían potencialmente enfermarnos o causarnos problemas, acusando la sobrecarga de estrés o “avisándonos” que algo hay que modificar en el sistema de vida que estamos llevando.

En cierto punto, acceder al espacio de conciencia donde se es uno con todo lo que es, nos ayuda a atravesar los avatares propios que implica el vivir insertos en un estilo de vida asociado a las grandes ciudades, donde algunas personas han optado o han sido llevadas a vivir como “desenchufadas” de lo que sucede o peor aún, ausentes de los acontecimientos que los atañen directamente, muchos de ellos manejando grandes niveles de agresividad o bien, con una pasividad abismante.

Una suerte de no querer estar, de ausentarse de los asuntos relevantes porque les resultan estresantes, amenazadores, porque la vida se percibe como un ciclo rutinario sin expectativas de cambio o porque simplemente atraviesan enfermedades del cuerpo o la mente que los abruman e inmovilizan. En este sistema de vida, puede ser que incluso conozcamos personas que manejan todas estas variables juntas.

Probablemente podamos hacer mucho por ellos y sin duda es importante hacerlo, partiendo desde ya por nosotros mismos. El acceder al nivel profundo del Alma favorece ver este mundo que conocemos desde un punto de vista algo más esperanzador, abriéndonos a una visión más rica e incluso más “mística” si se quiere.

Lo importante es entender que el mundo que conocemos en lo sensitivo (lo que podemos ver, tocar, escuchar) también tiene altos grados de la espiritualidad si queremos ingresar a ese campo. Basta encontrar o “tocar” las puertas adecuadas. Cada uno sabe cual es la puerta que toca y cual es la respuesta de recibe de esa puerta, con el paso de los años y a través del prisma de su propia experiencia.

La llave que abre la puerta conducente al Alma o conciencia en su estado puro, puede ser la meditación, pero también se accede a ella haciendo cosas buenas por los demás, bajando paulatinamente los niveles de agresión, atrayendo experiencias positivas, aprendiendo de los errores o cuidando con amor a otras personas. La actividad por cierto no importa, pero debe ser acompañada con grados de silencio tales que esta actividad permita escuchar y conectar “con todo lo que hay detrás de ello” es decir, la Conciencia.

Sea lo que sea que hagamos para trascender al nivel material de la “cabeza” y sus locos caballos salvajes será aportador y positivo. Simplemente hay que hacerlo.

martes, 15 de junio de 2010

Ahimsā

Por Karina Olivares


Esta palabra podría traducirse como “la ética del no daño” y forma parte de una potente doctrina asociada al hinduismo, que se hace conocida en occidente a través del Mahatma Gandhi, quien fuera a su vez, practicante activo de esta filosofía tanto en su vida personal como en sus planteamientos políticos y sociales.

Ahimsa es un camino o una forma recta de hacer las cosas, que permite asegurarse de no causar daño a los seres sensibles o que tengan capacidad de sentir, poniendo énfasis en el cuidado estricto del pensamiento, el habla y las acciones, considerando que tanto el pensamiento como las palabras pueden generar efectos adversos en nosotros mismos y el entorno.

Su simpleza se basa en la hipótesis de que nadie quiere hacer daño, causar dolor físico, moral o emocional en otros, al menos de forma conciente o premeditada. Dejando fuera las excepciones a la regla, en general, queremos hacer todo el bien que sea posible, especialmente si ello atañe la esfera de nuestros afectos, hacer lo que sea correcto o si se quiere, lo adecuado y esperable moralmente en cada situación.

De esta manera, Ahimsa propone seguir la naturaleza bondadosa que reside en cada uno de nosotros, ayudándonos a lograr la paz como parte de nuestras aspiraciones fundamentales, poniendo énfasis en la responsabilidad que nos atañe en nuestras circunstancias actuales, sean estas buenas o malas, de acuerdo a la ley universal de causa y efecto o lo que el cristianismo se conoce como la Ley de la siembra y cosecha.

Es interesante constatar como, la sentencia más conocida del Ahimsa, “Haz a los demás lo que quisieras que los demás te hicieran a ti” posee resonancia universal a través de ciertas indicaciones de orden ético-morales entregadas por otras creencias a lo largo de la historia:


“Por ende todo lo que querrías que los hombres te hicieran, hazlo tú a
ellos, pues tal es la Ley de los profetas” (Evangelio de San Marcos)

“No hagas a tu vecino lo que te resulte detestable. Eso es todo el
Torah” (Judaísmo)

“Lo que no quieras que te hagan a ti, no se lo hagas a los demás”
(Confucio, China)

“Convierte en hábito dos cosas: ayudar o, como mínimo, no hacer daño”
(Hipócrates, Grecia)


No obstante estas sabias indicaciones, quizás seguimos haciendo sufrir. Probablemente más de lo que hubiésemos querido y en especial a nuestros seres queridos, puesto que el hecho de que otros sufran o se vean afectados por decisiones erradas (muchas de ellas inspiradas originalmente en un bien superior) sea quizás uno de los efectos más riesgosos que resulta de vivir y de relacionarnos con los demás.

Nadie hay que se haya liberado de una pena por mucho bien que hubiese deseado o haya pasado por la vida sin haber sido víctima de un abuso, una desgracia o de un maltrato infringido conciente o inconcientemente por otros; lo que los hindúes llaman el avidya, los efectos de la ignorancia ciega, el hacer daño a otros sin reparar en ello o sus consecuencias. Entonces podemos considerar esto como parte de la vida o parte de los resultados de decisiones personales que otros pueden tomar o seguir tomando bajo su propia ley de libre albedrío.

La clave para tomar “el recto camino” del Ahimsa podría considerar en primer lugar ser al menos concientes de nuestro potencial para hacer daño, utilizando el prisma de lo que ha sido nuestra experiencia anterior en cada uno de los casos y los resultados que hemos obtenido en cada una de ellas.

Ser concientes de nuestro “coeficiente potencial de daño” significa estar alertas a nuestra capacidad de pensar, decir o hacer cosas que perjudiquen a otros o a nosotros mismos, de acuerdo a lo que sabemos ya hemos hecho con anterioridad, ubicando causas comunes a similares consecuencias.

Lo mismo puede ser aplicado a nuestra habilidad para hacer el bien, considerando esto como todo aquello que reporte beneficios con arreglo a valores y que se sostenga a sí mismo como positivo y noble en el tiempo.

Gandhi decía que el Ahimsa, ética del no daño o la no violencia hacia la vida, requería una mente, una boca y unas manos pacíficas, con lo cual indicaba un camino, por cierto desafiante de construir relaciones humanas más efectivas, lo que muchas veces implica al fragor de una contienda dejarse ganar, al menos temporalmente para enseñar un camino distinto.
Decía sabiamente: “Primero ellos te ignoran, luego se ríen de ti, luego te hacen la pelea, y entonces, tú ganas” Bajo esta lógica y frente a un conflicto “ganar” no implica necesariamente vencer al enemigo con sus mismas armas o responder agresión con agresión en un mismo nivel de violencia. Significa utilizar armas alternativas vinculadas al silencio, la contemplación y la resistencia pacifica frente a la agresión externa o las presiones interiores-psicológicas por responder beligerantemente.

Pueda ser que esta forma de hacer las cosas sea difícil de aplicar en una ciudad tan convulsionada como Santiago, donde se pierde el control con demasiada facilidad en lo relativo a las relaciones humanas, donde también se olvidan ciertas normas éticas y morales de convivencia simplemente porque “Nadie” las enseñó en el colegio o en las familias.

Pero bien vale hacer el esfuerzo de ir contra la corriente y detenerse a pensar cómo es que los sabios han resuelto estos problemas de manera de no generar más caos en el caos y hacer algo más de lo que todos queremos y aspiramos, un poco de paz y buena vida.

martes, 25 de mayo de 2010

CRUZAR LAS GRANDES AGUAS

Por Karina Olivares


Hace años me perturbó una enorme tristeza.
Aquella escena de mi vida fue extensa: “sufrí” en mayor o menor intensidad por casi una década.
En aquel tiempo, hecho de oscuro oleaje e incertidumbre, me enfrenté cara a cara con el abandono, el miedo y la ira. Alguien a quien yo amaba mucho me había dejado, siendo yo quizás, demasiado joven para ello.

No solo había muerto aquella persona sino que también con ella, todo el universo de construcciones simbólicas que eran parte de nuestra vida en común. Una vida en común que por cierto añoré y busqué inútilmente en diversos lugares y personas durante varios años.

Un día el cansancio me venció y entonces descubrí que si bien no la tenía más a mi lado, había crecido en torno a su figura un nuevo sentido que podía reconstruir ese universo interior que teníamos y que creí también, había muerto con ella.

Este último párrafo es sin duda, la esencia de lo que yo llamo finalizar un duelo y seguir adelante con la vida. Pero, para llegar a comprender esto pueden pasar años, de hecho “hacer el duelo” tarda un lapso de tiempo que nadie puede escatimar de manera acertada.

Y esto ocurre porque la muerte es y seguirá siendo uno de los grandes misterios de la existencia humana. Lejos el más doloroso. Del que menos se quiere hablar, al que todos “le hacen el quite”, tema ingrato e inoportuno, para el que nadie está preparado, ni nadie quiere prepararse estando en su sano juicio.

Esta postura occidental para entender “o desentenderse” de este proceso tan estrechamente vinculado a la vida, se contrapone radicalmente con lo que otras tradiciones muestran en torno a la muerte.

Mientras que en la religión católica –el consuelo más utilizado- se trata de un proceso que permite la reunión final con Dios (“Se ha ido con Dios” , “Ahora está en los brazos del Señor”, “Le han sido perdonados todos sus pecados y ha resucitado en la Gloria del Señor”, entre otras frases explicativas) para las tradiciones orientales, la muerte es un proceso natural que da paso al fortalecimiento del espíritu que busca forjarse en aprendizaje, utilizando como medio el cuerpo de una o más vidas, si es preciso.

En cierto modo, la muerte, para las tradiciones más antiguas, hace posible la vida en el más amplio sentido de la palabra. Para entender esto, podríamos hacer un simple ejercicio de observar antiguas fotografías que nos muestran en diversas épocas de nuestro desarrollo. Cabe preguntarse ¿de ese niño de 5 años que yo era hace 30, qué queda hoy? ¿Qué queda hoy de lo que fui hace décadas atrás?

Si el cuerpo de ese niño ha desaparecido y no hay rastro de él salvo la fotografía que atesoramos, la respuesta podría ser: Ha quedado la experiencia, o la “chispa” contenida en el Alma, aquella que permanece cuando todo lo demás –léase células- ha desaparecido.

Todo ha “muerto” para dar paso a lo nuevo, de otra manera no sería posible avanzar. Todo está en este momento, mutando y “muriendo” para dar paso a una nueva configuración y esa nueva figura ciertamente aumenta la “experiencia”.

En la muerte física muere el cuerpo sin duda alguna –o nos hacemos dolorosamente concientes de ello-, mas no la experiencia acumulada. Siendo energía pura, materia sutil, esta se transforma y eleva hacia un nuevo potencial, quizás para “quedarse con Dios” o “dormir eternamente en su gracia” como dicta el catolicismo o tal vez para “seguir avanzando” hacia otro estadio de desarrollo donde no se precisa del vehiculo corporal.

Se ha escrito mucho acerca de la muerte y el duelo, sin embargo aquello no disminuye en nada los efectos devastadores que esto genera en nuestra vida. Es una experiencia profundamente humana.

En “La semilla de mostaza” Osho rescata una antigua historia que relata la solicitud de una desesperada mujer que recientemente había perdido a su único hijo, le pedía a un Maestro que lo retornase a la vida. El guía le contesta: “te devolveré a tu hijo solo si antes me traes una semilla de mostaza proveniente de la casa donde nunca haya muerto nadie”.

La mujer no encontró la semilla ni menos aún, una familia con tales características. Con esta enseñanza la mujer comprendió que la muerte es una experiencia por la cual todos debemos pasar, y que nadie se libera de ella por triste o inoportuna que sea, porque simplemente es parte de la vida.

En el morir lo hacen también los anhelos de lo que quisimos ser, mueren proyectos y expectativas. Se dice que quien llora lo hace por si mismo y no tanto por quien se ha marchado, a quien al menos se le ha revelado parte del misterio del “qué hay al otro lado” afortunados ellos porque “ya no sufrieron más”. Se llora por la orfandad, los momentos que se fueron y no volverán, por la incertidumbre.

Este último punto, el vacío, puede hacer posible (si el proceso es bien llevado) el florecimiento de una comprensión más rica del proceso mismo del vivir. El ser humano le teme al vacío y por eso le teme tanto a la muerte.

No se trata de escarbar en el proceso o dejar que “el tiempo lo cure todo”, sino en establecer una contemplación más rica y profunda que lleva sin duda alguna hacia la valoración de lo único que tenemos: el momento presente.

El pasado ya pasó, los que han muerto dejaron sin duda alguna sus obras que los trascienden en el tiempo, el Amor, una extensión de sus vidas, buenos y malos momentos, en fin. El futuro simplemente es algo incierto, imposible será construir algo acarreando ideas de lo que será el futuro, intentar atraerlo y vivir pensando en él.

La vida es un constante presente, un flujo de permanente energía en movimiento, lo que los sabios llaman el AHORA. Entonces:

- Ahora podríamos sentirnos felices con lo que hemos alcanzado. Es la finalización, la obra completa, no algo que sucederá en el futuro que puede ser incierto y por cierto, lo será.

- Ahora podríamos contemplar un atardecer sin traer a la mente las viejas rencillas del pasado, revisitadas con la emoción re-masticada (ira, rencor, envidia) y que habría que lanzar lejos para seguir más livianos.

- Ahora podríamos recordar “sin penita” en los que se fueron: ellos también tuvieron planes, construyeron familia, también amaron con mayor o menor intensidad la vida, tampoco quisieron irse y se fueron igual, muchos de ellos con la sensación de insatisfacción por no haber disfrutando más ese presente que se les clarifico justo al final del camino.

- Ahora podríamos tomar decisiones; reír más; ocuparnos de nuestra salud; reunirnos con amigos, darnos un día libre y no darle tanta vuelta a los asuntos.



Los sabios indios americanos llamaron bellamente a la muerte “Cruzar las grandes aguas”. Pueda ser que se trate en parte de eso, de un gran paso, un gran cruce que hay que hacer con valentía y con la fe que ayuda sea cual sea la religión y filosofía que se siga (porque es mejor tenerla que no tenerla)

Es un paso, tanto para los que están en ese trance como para los que “quedan” con la sensación de estar perdiendo el piso. Para ambos, se trata del siempre presente cambio, el que hace posible la vida y el florecimiento continuo de todo lo que existe.



Recomendados:

- El Libro de los Secretos, del autor Deepak Chopra.
- Mas Platón y menos Prozac, de Lou Marinoff
- Instantes, poema de Jorge Luis Borges

miércoles, 12 de mayo de 2010

POST 27-F

Por Karina Olivares


Convengamos en que algo sigue sucediendo tras nuestro particular terremoto y tsunami del 27 de Febrero pasado. Un movimiento sostenido, de origen subterráneo, que inconcluso aún se sigue manifestando insistente en cada uno de nosotros.

Podría llamarlo CAMBIO. De tendencia ascendente y circular lleva ya varios meses instalado con fuerza en nuestras vidas y para muchos ha dejado una estela de destrucción sobre todo lo que conocían como “cierto”, “verdadero” o “seguro”.

El síndrome Post 27-F, ha afectado esferas tan importantes como las que nombro a continuación: las RELACIONES –con quien estoy, con quien quiero seguir de aquí en adelante, “rompimientos”-, FORMAS DE VIDA –cambio de sentido de la propia existencia, emergen nuevas creatividades, un nuevo sentido del yo- los INTERESES -se transparentan las vocaciones y/o abandonan antiguos quehaceres -, ESTABILIDAD EMOCIONAL –aparición de síntomas psicológicos como angustia, afecciones físicas asociadas a depresión, ansiedad, trastornos post-traumaticos, entre otros.

Porque a la humedad y el frío reinantes tras el abrupto final de verano, se suman ahora los efectos de esta especie de saco sin fondo donde deposito todo lo anterior, la incertidumbre. Una gran incertidumbre social pero principalmente personal, un no saber para donde vamos o de qué sirvió lo que hicimos antes. Algo a lo cual por cierto le teme demasiada gente.

Se trata de un re-planteo desde los orígenes sin conocer del todo los resultados que obtendremos tras este movimiento que sobrevino de manera inesperada, pero que en cierto nivel “necesitábamos” –frase que he escuchado de manera insistente por boca de mis conocidos- para corregir algún aspecto bloqueado al entendimiento, quizás por años o décadas.

Al parecer la oportunidad de haber cambiado siguiendo un curso natural, ya no está más a nuestra disposición, como antes lo estuvo en aquellos días que surcaban felices nuestro cielo azulado. Sin habernos percatado, se esfumó la oportunidad para que se asentase el accidente y la crisis.

Este periodo de cambio es sin duda un evento sin precedentes, que nos atraviesa y moviliza para hacernos penetrar de manera forzada en lo desconocido. Evidentemente lo "necesitabamos" y estabamos en algún nivel interno, preparados para eso.

Como nunca antes en nuestra historia, tenemos acceso a ciertos archivos que se encontraban muy bien enterrados. Archivos históricos, colectivos, familiares y de nuestra propia persona emergieron de manera abrupta y aquí están todavía, expuestos a nuestro conocimiento y necesario análisis.
La tierra, prodigiosa ella, ha liberado cierta energía que permanecía oculta en nuestras cabezas y en los archivos del ADN que configura nuestro cuerpo y sus reacciones más básicas. Y esto sucede porque después de haber estado expuestos a un movimiento en este grado e intensidad, ninguna de nuestras estructuras queda intacta. Ni debiera.

Todo se moviliza hasta volver a su centro original. Un centro al cual se vuelve con algo de filosofía o preguntando a los que saben, como era que antes, “antes” que todo fuera resuelto con medicamentos, se accedía a las respuestas apropiadas para hacer frente a los procesos insidiosos del cambio.

Pero para que esto haya sucedido, debió haber existido antes quizás, cierta desidia en los días, un pasar por pasar, un estar por estar no más. Dejo de estancamiento e incapacidad para entender que necesitábamos verdaderamente un cambio. Ese que se manifiesta casi siempre en una llamada imperiosa de “andar más livianos” desprenderse de ciertos aspéctos, algunas relaciones que antes funcionaron “pero que ahora ya no”, de nuestra propia forma de ser. En fin.

Al parecer, desoímos también que este cambio había que implementarlo “ya”, a la brevedad posible, antes que la Tierra nos obligara a cambiar con ella. Nos desoímos porque entre otras virtudes, hemos perdido la agudeza auditiva en medio de la maraña de ruidos estridentes donde construimos nuestra vida, nuestros trabajos, las relaciones humanas.

Por cierto cabe decir que la virtud de "agudeza auditiva" tiene su centro en el corazón y sus palpitos, ¿escucharon antes sus "corazonadas"?.

Comento esto porque como nunca antes me había enfrentado a esta casi necesidad colectiva de conocer y entender qué sucede o cómo se puede volver a rearmar la vida después de un evento de esta envergadura. Lamentable o afortunadamente, nadie, salvo uno mismo en su fuero interno sabe como se re-arma la vida desarticulada o venida a menos por eventos externos o gestados desde el mismo centro personal o por acciones que dejaron huellas que se quieren borrar hoy con el codo.

Pueda ser que, en medio de esta crisis social, algún ingenioso encuentre acertado reponer en los colegios las clases de filosofía que nos dieron por última vez en la década del noventa. Como nunca antes necesitamos volver a formular las preguntas vitales, desmenuzar las respuestas, contrastarlas con la solidez de los antiguos filósofos que llenaron de esperanza o perdición alguna duditativa vida juvenil.

En medio de la polvoreda que dejó en las conciencias el terremoto de Febrero, aún encuentro ciertos claros que me permiten deciros que, como versa aquella historia hindú “Esto también pasará” mensaje que contenía el anillo del Rey que solicitó a sus sabios idear una frase que lo ayudara a ver con altura de miras tanto los momentos felices como los más nefastos y turbulentos.

Buena frase para repetir en días complejos y donde lo unico seguro es el cambio. ESTO TAMBIEN PASARÁ.

Pasará la incertidumbre, para dejarnos algo más de claridad en el camino.
Pasará también este tiempo (que sigue siendo muy breve) para implementar los cambios que se necesitan de manera urgente, en todas las áreas de nuestra vida.

Pasará la sensación de pérdida, de orfandad en algunos muchos que conocemos.

Pasará a su vez, la breve fracción de felicidad hecha de los ilusorios materiales externos. Porque la vida está en constante cambio y no hemos venido aquí a quedarnos con nada, salvo con la sabiduría del momento.

Pasará –tal vez no- este segundo en que me pregunto, dónde están mis viejos-hippies-profesores de filosofía. Se los extraña como nunca antes.

lunes, 5 de abril de 2010

NO TE SALVES (de M. BENEDETTI)



No te salves

No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora ni nunca no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo sólo
un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo.

Pero si pese a todo no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.

lunes, 29 de marzo de 2010

PASEMOS A OTRO TEMA

Por Karina Olivares


Hagamos un ejercicio patriótico.

Hoy, que nos dure
para todo lo que viene:

“Lo que pasó nunca pasó”

Hagamos un gesto
para auto convencernos
rebobinemos
la cinta
para seguir dormidos,
seguros
en la profundidad de la noche clara
de aquel día,
al fin de este ultimo verano

Apliquemos la fórmula del olvido
esa que enseñan en las familias
antes incluso que el Padre Nuestro

Para no pensar
en cuántos muertos hubo que enterrar ayer,
o a cuánto asciende la cifra
de los “desaparecidos” en el mar

Me gusta este gesto tan patriótico
me trae recuerdos
que aunque escasos,
le son tan propios
a este Chile
País de talentos

Porque cada cierto tiempo
ahora dicen
aterrados
“cada 25 años”
una desgracia
suspende
momentáneamente
la fiesta eterna

Pero hay que seguir la fiesta
hasta que venga el otro sismo
El viento
La inundación
El mar enojao
El puente cortao

O se caiga la casa
que tanto costó
se muera el hermano
lo atropelle una micro
cuando recién parecía
que era tan feliz

Celebremos
que la tragedia está dejando de ser noticia
“Que ahora sí que sí”
"mañana cambio"
"no tomo más"
"busco pega"
o peor aún
“es la ultima vez mijita”

Porque el susto fue grande
y Dios castiga ¿o no lo vio en la tele?
Dios existe
y está furia con Chile

Pero no pensemos
¡No!
que fue por pretenciosos
por arribistas
los mentirosos

O por haber votado en masa
por el magnate
¡No!
no fue por eso

Eso último
mejor
olvidémoslo
también
será mejor
para eso que llaman
“La conciencia nacional”

martes, 23 de marzo de 2010

ORACIÓN BUDISTA

Como las suaves lluvias alimentan el arroyo,
se vierten en los ríos y se reúnen en los océanos,
que así fluya el poder permanente de tu bondad
para despertar y sanar a todos los seres,
los que ahora están aquí,
los que estuvieron
y los que vendrán.

Por el poder permanente de tu bondad
que los deseos de tu corazón se vean pronto cumplidos,
tan brillantes como la brillante luna llena
tan mágicamente como una gema realizadora de deseos.

Por el poder permanente de tu bondad,
que los peligros se alejen y toda enfermedad desaparezca.

Que ningún obstáculo se atraviese en tu camino
Que disfrutes plenamente de una larga vida.

Para aquellos en cuyo corazón habita el respeto,
que siguen el camino con sabiduría y compasión,
que tu vida prospere en las cuatro bendiciones
de vejez, belleza, felicidad y fuerza.

miércoles, 10 de marzo de 2010

EFECTOS PERSONALES

Por Karina Olivares


El agua, que alguna vez alguien dijo, sería un bien escaso.
Agua tibia y reconfortante que emerge, a raudales, cuando tomo mis baños matutinos y cuyo gasto poco me importa, o importaba hasta ayer.

Pueda ser que mañana no goce más en esta cierta impunidad que me otorga la puerta cerrada de mi baño blanco. El gozo del agua: uno de mis efectos personales más preciados.

La luz. Eléctrica, incandescente. Tengo miles de ampolletas bajo consumo, que camuflan mi exceso de consumo diario, el mismo que me opongo a disminuir con cientos de justificaciones que mañana no me servirán de nada.

La lavadora. Varios kilos de carga, poderosa. Tambor de acero. Mi ropa impecable, incluso unos pasos más allá lista para poner, gracias a otro efecto personal imprescindible, la secadora. Mi ropa un poco más allá de mi piel, habla de mi yo en silencio.

La cama. Crecí en camas blandas, camas abrigadas en invierno y casi desnudas en verano. Mi cama vuela por las noches, yo con ella sin saberlo, también. Qué sería de mí, sin este espacio vital en el que vivo también, la otra mitad de mi vida.

Los amigos. Extensiones de un yo siempre en construcción. Mis amigos que temieron irse el 27 de Febrero, sin despedidas, de golpe, sin saber cuánto los quería por ser como son y estar en mi vida. Los radiantes amantes de vivir y a los cuales les queda aún mucho por hacer.

"Algunos” de mis efectos personales. No me los quite nadie, ni la poderosa muerte, el destino escrito o la tierra en la que moro, a préstamo, por estos días movidos.

miércoles, 3 de marzo de 2010

LA TRAGEDIA DE LOS PERDEDORES

Por Karina Olivares


No me asombra. El robo televisado, el pillaje, el ingobierno. El terremoto ha desprovisto a Chile de su débil cáscara exitista y nos ha dejado tal cual Dios nos echo al mundo, casi de la misma forma como nos encontró este fatídico 27 de Febrero a las 03.37 de la madrugada.

No me asombra, tampoco me impacta demasiado el hecho, por todos conocido de que Chile, convertido ya en discurso y mitología, está lejos de ser una sociedad desarrollada y menos aún “solidaria”. Más bien, en la desgracia, sabemos que primero han de aflorar todos aquellos atributos sombríos, no asumidos, pero tan ampliamente conocidos en el exterior.

No por nada, un célebre aviso encontrado en un país nórdico versa sobre este rasgo idiosincrásico: “Si ve a un chileno robando, déjelo, es parte de su cultura”. Por cierto, exageraban.

El movimiento telúrico nos ha dejado en pelotas. Porque no solo descubrió el contenido de las casas derruidas, que antes estuvieran protegidas por altos muros o lo que tenemos o tuvimos a nivel material y que hoy se ha llevado ese mar que tranquilo “alguna vez nos bañó”.

Nos despojó también de la falsa creencia de que en momentos de emergencia las instituciones funcionan. No funcionan, tal vez empeoran. Otras instancias podrán funcionar, como las radios o la TV con su amplia cobertura catastrófica.

Porque ahora, después de este sábado y de otros días parecidos en la historia nacional, nada es cierto, todo parece ser relativo. Y en este orden de cosas, emerge casi como la salvación la imagen divinizada de las FFAA, cuya presencia armamentista podrá en última instancia, controlar lo incontrolable, generar un orden a como de lugar o contener la furia del ciudadano anónimo, los olvidados, los perdedores.

Volvemos de esta manera a lo de siempre, al chiste repetido que revela quienes son los verdaderos dueños de la pelota en Chile. Porque ahora no se trata del comunismo o de defender la democracia, se trata de una nueva versión, impresentable, del “no-ciudadano”, los apátridas apoderados de las calles, individuos vulnerables, desequilibrados psíquicos que siguen a la masa amorfa, fronterizos que no lograron “reconvertirse” bajo el alero de políticas públicas que los olvidaron.

El mismo que asalta, incendia o huye con cualquier cosa, so pretexto de evitar el temido “desabastecimiento”, un concepto ahora añejo cuando lo que se lleva la turba no solo son alimentos de primera necesidad, sino toda clase de bienes fuera de toda lógica sensata.

El fenómeno al cual asistimos, no nuevo por cierto, del pillaje, del ladrón de poca monta, del oportunista, nos lleva a pensar sobre la “ciudadanía” que este terremoto ha dejado al descubierto. La no-sociedad, LA FRACTURA que hace posible la aparición y reproducción de estos hechos que forman parte de la más oscura idiosincrasia chilensis.

Se trata, claro está, de apátridas, desintegrados, excluidos en el más puro sentido de la palabra, cuyos canales de ingreso a una sociedad de consumo pasan angustiosamente por la tenencia “a como de lugar” de la lavadora o el TV de pantalla plasma, que convierten en objetos de culto, desplazando con creces los mecanismos tradicionales de inclusión. Criterios de prestigio como lo fueron antaño, la honradez, la probidad o el altruismo como guía del servicio publico o simple solidaridad por deber cívico.

Atrás quedaron los anhelos de abuelos o padres que estaban orgullosos de haber educado a sus hijos “con esfuerzo” o de ser “pobres pero honrados”. En ellos, los vándalos, se reproduce el ansia por llevarse lo que sea, un algo que cosificado, les permitirá aparecer triunfantes en los canales donde esta ciudadanía transgresora se muestra y escenifica.

El logro está en ser, al menos, el anónimo pillo por un día. En convertirse en transgresores imitativos, con escasa o nula organización y con un alto uso de la violencia barrial.

No nos asombre, tampoco nos impacte demasiado el ladronzuelo hecho al fragor de la oportunidad que para ellos “pintan calva”. O la turba descontrolada que asola municipios como el de Hualpen en la gran Concepción. Ellos, los mismos vecinos tal vez, nunca se sintieron o sentirán parte de la institucionalidad que representan estos organismos públicos.

Nada será hoy más importante en esta locura temporal por “ser alguien” a través de ese “algo”, cualquier cosa, que se encuentra en la vitrina antes del terremoto lejana, antes del terremoto, inaccesible.

Para muchos de ellos, la turba ingobernable, será su único reducto de protección hasta que se agote el último objeto, se destruya o quemen los emblemas de poder al cual nunca van a poder optar.

Pasadas las semanas, es muy probable que la turba se desintegre y vuelvan, sus miembros, a una vida sin sentido, al anonimato, al estar por estar sin oportunidades ni horizontes, perdidos como lo han estado siempre en una sociedad mercantilizada, que hoy tiembla en sus cimientos frente a su único y gran enemigo, la siempre desafiante naturaleza.

jueves, 25 de febrero de 2010

...

La mentira no es mi amiga
acaso alguna vez me empeñé en que lo fuera
para distraerme un poco
y no andar de aprendiz
hasta que la muerte viniera.

Pero no concordamos
en aspectos básicos de convivencia
aunque me quiere, me espera
y me lee poemas, la noche entera.

Seductora ella, pone palabras en mi lengua
palabras frágiles que me deja
a ver si caigo
para reírse luego
en mi presencia.

La mentira no es mi amiga,
pero me acecha:
me ronda en los vacíos que dejan
las puertas
las ventanas abiertas
algún contenido de vida
no aprendido
por donde se fuga
la alegría
la inocencia.

Pero consciente estoy
que la lucha sigue siendo férrea
por ganarle a ella
la mentira
cualquiera sea.

Vieja bruja
ángel
demonio
o simple callejera.

Ella se viste con mil rostros
oculta en eso que llaman
tristeza
o miedo
a ver
la propia esencia.

Pero ya no te quiero
más parapetar en mis trincheras
donde guardo
mis frágiles certezas
(lo que soy, lo que fui, lo que era)
donde reina poderosa la reina mentira
en su refugio
en mi cabeza.

domingo, 10 de enero de 2010

SIEMPRE DIGNOS

Por Karina Olivares


Hay un acuerdo. Un pacto secreto y turbio. Despojarte de lo último que tienes para hacerlo de ellos. Algo que podría ser el Alma, la alegría, lo que los viejos políticos llamaban “Dignidad”.

Y la historia se repite. Porque la historia no es lineal, sino circular. Desde que el hombre es hombre y piensa, desde que sabe que tiene poder supremo por el solo hecho de producir materiales a partir de su pensamiento racional. Desde que sabe que puede sentir más allá de los animales.

Entonces aparece el estuto. El sagaz que cree poder doblegar la libertad personal. El astuto de siempre, aquel que cambia de nombre a través de la historia, pero que sigue siendo el mismo lobo con piel de oveja. En tanto los demás, pastoreados desde su nacimiento, flanquean dificultades para conseguir pastito más verde, alimento, descanso y ciertos espacios de diversión y seguridad que llaman felicidad.

Camuflado en sus diversos ropajes el astuto siempre acecha. Al aguaite de aquel que se aleje del rebaño unos pasos más allá, lanza su zarpazo sustrayendo al pobre rebelde a su destino cierto.

Pero tiene miedo. El astuto teme ser descubierto en su fragilidad de matón de barrio. Por eso hay que ganarle dándole donde más le duele, mostrándole aquel atributo inherente de todo aquel que nace ser humano, ese atributo que se llama “Dignidad”.

La dignidad de la señora que parte de su casa a las 5 de la mañana, con su carrito a cuestas, para vender sopaipillas a la salida del Metro, porque no espera que su marido, o quien sea, le traiga la platita o el bono de temporada para que coman sus cabros chicos.

La dignidad del trabajador que no baja la cabeza cuando entra a la oficina “deluxe” de su jefe, porque sabe que en el fondo, él siempre será dueño de su más preciada herramienta, su mano de obra.

La dignidad de la gente que no se deja seducir por las liquidaciones pre eleccionarias, que camufladas en promesas, nunca van a cumplirse. Ellos saben que hay un diseño y que en ese diseño tampoco están incluidos, ni ahora ni en ese incierto mañana discursivo.

La dignidad de quien esta tarde, escuchando su insistente voz interna, agarró sus cuatro pilchas y abandonó la casa que compartía con quien nunca será feliz.

La dignidad de mi abuelo Joaquín Órdenes, dirigente sindical de la industria del cuero y calzado allá por los años 50, quien sin saberlo me traspasó en los genes, que nunca había que achicarse ante ningún ñato y que se es valioso por el solo hecho de haber nacido persona.

O la dignidad de Carlos, el indigente de mi barrio muerto el año pasado y que aún en su sopor alcohólico de 24 horas, conocía más que nadie sus derechos y los exigía.

La dignidad de quien no cede espacios a la manipulación, al ninguneo, al abuso o a la falta de respeto del que cree que nacimos ayer. O peor aún, que no tenemos memoria.

La alta dignidad de quien se reconoce miembro de una sociedad con historia, donde muchos han recorrido, construido y hablado el mismo lenguaje que algunos hoy quieren hacer parecer como novedoso o la última chupada del mate en materia social.

En medio del ofertazo político de esta última semana, me quedo con los viejos, que miran sin que se les mueva una ceja, el devenir de nuestros destinos sociales y políticos.

Total ellos ya vienen de vuelta, no pierden nada porque quizás lo perdieron todo y todo lo ganaron al fragor de la vida misma. A otros se les puede mentir. A otros intentar seducir con lo que mi abuelo hubiera llamado cohecho.

Me quedo con los obreros o la asesora del hogar que cada día se levanta y acuesta sabiendo que lo que trabajaron hoy les sirvió para el té con pancito y mantequilla, que felices disfrutaran en la mesa de siempre con sus hijos.

Me quedo con los humildes, con los sencillos, siempre dignos después de todo.