martes, 25 de mayo de 2010

CRUZAR LAS GRANDES AGUAS

Por Karina Olivares


Hace años me perturbó una enorme tristeza.
Aquella escena de mi vida fue extensa: “sufrí” en mayor o menor intensidad por casi una década.
En aquel tiempo, hecho de oscuro oleaje e incertidumbre, me enfrenté cara a cara con el abandono, el miedo y la ira. Alguien a quien yo amaba mucho me había dejado, siendo yo quizás, demasiado joven para ello.

No solo había muerto aquella persona sino que también con ella, todo el universo de construcciones simbólicas que eran parte de nuestra vida en común. Una vida en común que por cierto añoré y busqué inútilmente en diversos lugares y personas durante varios años.

Un día el cansancio me venció y entonces descubrí que si bien no la tenía más a mi lado, había crecido en torno a su figura un nuevo sentido que podía reconstruir ese universo interior que teníamos y que creí también, había muerto con ella.

Este último párrafo es sin duda, la esencia de lo que yo llamo finalizar un duelo y seguir adelante con la vida. Pero, para llegar a comprender esto pueden pasar años, de hecho “hacer el duelo” tarda un lapso de tiempo que nadie puede escatimar de manera acertada.

Y esto ocurre porque la muerte es y seguirá siendo uno de los grandes misterios de la existencia humana. Lejos el más doloroso. Del que menos se quiere hablar, al que todos “le hacen el quite”, tema ingrato e inoportuno, para el que nadie está preparado, ni nadie quiere prepararse estando en su sano juicio.

Esta postura occidental para entender “o desentenderse” de este proceso tan estrechamente vinculado a la vida, se contrapone radicalmente con lo que otras tradiciones muestran en torno a la muerte.

Mientras que en la religión católica –el consuelo más utilizado- se trata de un proceso que permite la reunión final con Dios (“Se ha ido con Dios” , “Ahora está en los brazos del Señor”, “Le han sido perdonados todos sus pecados y ha resucitado en la Gloria del Señor”, entre otras frases explicativas) para las tradiciones orientales, la muerte es un proceso natural que da paso al fortalecimiento del espíritu que busca forjarse en aprendizaje, utilizando como medio el cuerpo de una o más vidas, si es preciso.

En cierto modo, la muerte, para las tradiciones más antiguas, hace posible la vida en el más amplio sentido de la palabra. Para entender esto, podríamos hacer un simple ejercicio de observar antiguas fotografías que nos muestran en diversas épocas de nuestro desarrollo. Cabe preguntarse ¿de ese niño de 5 años que yo era hace 30, qué queda hoy? ¿Qué queda hoy de lo que fui hace décadas atrás?

Si el cuerpo de ese niño ha desaparecido y no hay rastro de él salvo la fotografía que atesoramos, la respuesta podría ser: Ha quedado la experiencia, o la “chispa” contenida en el Alma, aquella que permanece cuando todo lo demás –léase células- ha desaparecido.

Todo ha “muerto” para dar paso a lo nuevo, de otra manera no sería posible avanzar. Todo está en este momento, mutando y “muriendo” para dar paso a una nueva configuración y esa nueva figura ciertamente aumenta la “experiencia”.

En la muerte física muere el cuerpo sin duda alguna –o nos hacemos dolorosamente concientes de ello-, mas no la experiencia acumulada. Siendo energía pura, materia sutil, esta se transforma y eleva hacia un nuevo potencial, quizás para “quedarse con Dios” o “dormir eternamente en su gracia” como dicta el catolicismo o tal vez para “seguir avanzando” hacia otro estadio de desarrollo donde no se precisa del vehiculo corporal.

Se ha escrito mucho acerca de la muerte y el duelo, sin embargo aquello no disminuye en nada los efectos devastadores que esto genera en nuestra vida. Es una experiencia profundamente humana.

En “La semilla de mostaza” Osho rescata una antigua historia que relata la solicitud de una desesperada mujer que recientemente había perdido a su único hijo, le pedía a un Maestro que lo retornase a la vida. El guía le contesta: “te devolveré a tu hijo solo si antes me traes una semilla de mostaza proveniente de la casa donde nunca haya muerto nadie”.

La mujer no encontró la semilla ni menos aún, una familia con tales características. Con esta enseñanza la mujer comprendió que la muerte es una experiencia por la cual todos debemos pasar, y que nadie se libera de ella por triste o inoportuna que sea, porque simplemente es parte de la vida.

En el morir lo hacen también los anhelos de lo que quisimos ser, mueren proyectos y expectativas. Se dice que quien llora lo hace por si mismo y no tanto por quien se ha marchado, a quien al menos se le ha revelado parte del misterio del “qué hay al otro lado” afortunados ellos porque “ya no sufrieron más”. Se llora por la orfandad, los momentos que se fueron y no volverán, por la incertidumbre.

Este último punto, el vacío, puede hacer posible (si el proceso es bien llevado) el florecimiento de una comprensión más rica del proceso mismo del vivir. El ser humano le teme al vacío y por eso le teme tanto a la muerte.

No se trata de escarbar en el proceso o dejar que “el tiempo lo cure todo”, sino en establecer una contemplación más rica y profunda que lleva sin duda alguna hacia la valoración de lo único que tenemos: el momento presente.

El pasado ya pasó, los que han muerto dejaron sin duda alguna sus obras que los trascienden en el tiempo, el Amor, una extensión de sus vidas, buenos y malos momentos, en fin. El futuro simplemente es algo incierto, imposible será construir algo acarreando ideas de lo que será el futuro, intentar atraerlo y vivir pensando en él.

La vida es un constante presente, un flujo de permanente energía en movimiento, lo que los sabios llaman el AHORA. Entonces:

- Ahora podríamos sentirnos felices con lo que hemos alcanzado. Es la finalización, la obra completa, no algo que sucederá en el futuro que puede ser incierto y por cierto, lo será.

- Ahora podríamos contemplar un atardecer sin traer a la mente las viejas rencillas del pasado, revisitadas con la emoción re-masticada (ira, rencor, envidia) y que habría que lanzar lejos para seguir más livianos.

- Ahora podríamos recordar “sin penita” en los que se fueron: ellos también tuvieron planes, construyeron familia, también amaron con mayor o menor intensidad la vida, tampoco quisieron irse y se fueron igual, muchos de ellos con la sensación de insatisfacción por no haber disfrutando más ese presente que se les clarifico justo al final del camino.

- Ahora podríamos tomar decisiones; reír más; ocuparnos de nuestra salud; reunirnos con amigos, darnos un día libre y no darle tanta vuelta a los asuntos.



Los sabios indios americanos llamaron bellamente a la muerte “Cruzar las grandes aguas”. Pueda ser que se trate en parte de eso, de un gran paso, un gran cruce que hay que hacer con valentía y con la fe que ayuda sea cual sea la religión y filosofía que se siga (porque es mejor tenerla que no tenerla)

Es un paso, tanto para los que están en ese trance como para los que “quedan” con la sensación de estar perdiendo el piso. Para ambos, se trata del siempre presente cambio, el que hace posible la vida y el florecimiento continuo de todo lo que existe.



Recomendados:

- El Libro de los Secretos, del autor Deepak Chopra.
- Mas Platón y menos Prozac, de Lou Marinoff
- Instantes, poema de Jorge Luis Borges

miércoles, 12 de mayo de 2010

POST 27-F

Por Karina Olivares


Convengamos en que algo sigue sucediendo tras nuestro particular terremoto y tsunami del 27 de Febrero pasado. Un movimiento sostenido, de origen subterráneo, que inconcluso aún se sigue manifestando insistente en cada uno de nosotros.

Podría llamarlo CAMBIO. De tendencia ascendente y circular lleva ya varios meses instalado con fuerza en nuestras vidas y para muchos ha dejado una estela de destrucción sobre todo lo que conocían como “cierto”, “verdadero” o “seguro”.

El síndrome Post 27-F, ha afectado esferas tan importantes como las que nombro a continuación: las RELACIONES –con quien estoy, con quien quiero seguir de aquí en adelante, “rompimientos”-, FORMAS DE VIDA –cambio de sentido de la propia existencia, emergen nuevas creatividades, un nuevo sentido del yo- los INTERESES -se transparentan las vocaciones y/o abandonan antiguos quehaceres -, ESTABILIDAD EMOCIONAL –aparición de síntomas psicológicos como angustia, afecciones físicas asociadas a depresión, ansiedad, trastornos post-traumaticos, entre otros.

Porque a la humedad y el frío reinantes tras el abrupto final de verano, se suman ahora los efectos de esta especie de saco sin fondo donde deposito todo lo anterior, la incertidumbre. Una gran incertidumbre social pero principalmente personal, un no saber para donde vamos o de qué sirvió lo que hicimos antes. Algo a lo cual por cierto le teme demasiada gente.

Se trata de un re-planteo desde los orígenes sin conocer del todo los resultados que obtendremos tras este movimiento que sobrevino de manera inesperada, pero que en cierto nivel “necesitábamos” –frase que he escuchado de manera insistente por boca de mis conocidos- para corregir algún aspecto bloqueado al entendimiento, quizás por años o décadas.

Al parecer la oportunidad de haber cambiado siguiendo un curso natural, ya no está más a nuestra disposición, como antes lo estuvo en aquellos días que surcaban felices nuestro cielo azulado. Sin habernos percatado, se esfumó la oportunidad para que se asentase el accidente y la crisis.

Este periodo de cambio es sin duda un evento sin precedentes, que nos atraviesa y moviliza para hacernos penetrar de manera forzada en lo desconocido. Evidentemente lo "necesitabamos" y estabamos en algún nivel interno, preparados para eso.

Como nunca antes en nuestra historia, tenemos acceso a ciertos archivos que se encontraban muy bien enterrados. Archivos históricos, colectivos, familiares y de nuestra propia persona emergieron de manera abrupta y aquí están todavía, expuestos a nuestro conocimiento y necesario análisis.
La tierra, prodigiosa ella, ha liberado cierta energía que permanecía oculta en nuestras cabezas y en los archivos del ADN que configura nuestro cuerpo y sus reacciones más básicas. Y esto sucede porque después de haber estado expuestos a un movimiento en este grado e intensidad, ninguna de nuestras estructuras queda intacta. Ni debiera.

Todo se moviliza hasta volver a su centro original. Un centro al cual se vuelve con algo de filosofía o preguntando a los que saben, como era que antes, “antes” que todo fuera resuelto con medicamentos, se accedía a las respuestas apropiadas para hacer frente a los procesos insidiosos del cambio.

Pero para que esto haya sucedido, debió haber existido antes quizás, cierta desidia en los días, un pasar por pasar, un estar por estar no más. Dejo de estancamiento e incapacidad para entender que necesitábamos verdaderamente un cambio. Ese que se manifiesta casi siempre en una llamada imperiosa de “andar más livianos” desprenderse de ciertos aspéctos, algunas relaciones que antes funcionaron “pero que ahora ya no”, de nuestra propia forma de ser. En fin.

Al parecer, desoímos también que este cambio había que implementarlo “ya”, a la brevedad posible, antes que la Tierra nos obligara a cambiar con ella. Nos desoímos porque entre otras virtudes, hemos perdido la agudeza auditiva en medio de la maraña de ruidos estridentes donde construimos nuestra vida, nuestros trabajos, las relaciones humanas.

Por cierto cabe decir que la virtud de "agudeza auditiva" tiene su centro en el corazón y sus palpitos, ¿escucharon antes sus "corazonadas"?.

Comento esto porque como nunca antes me había enfrentado a esta casi necesidad colectiva de conocer y entender qué sucede o cómo se puede volver a rearmar la vida después de un evento de esta envergadura. Lamentable o afortunadamente, nadie, salvo uno mismo en su fuero interno sabe como se re-arma la vida desarticulada o venida a menos por eventos externos o gestados desde el mismo centro personal o por acciones que dejaron huellas que se quieren borrar hoy con el codo.

Pueda ser que, en medio de esta crisis social, algún ingenioso encuentre acertado reponer en los colegios las clases de filosofía que nos dieron por última vez en la década del noventa. Como nunca antes necesitamos volver a formular las preguntas vitales, desmenuzar las respuestas, contrastarlas con la solidez de los antiguos filósofos que llenaron de esperanza o perdición alguna duditativa vida juvenil.

En medio de la polvoreda que dejó en las conciencias el terremoto de Febrero, aún encuentro ciertos claros que me permiten deciros que, como versa aquella historia hindú “Esto también pasará” mensaje que contenía el anillo del Rey que solicitó a sus sabios idear una frase que lo ayudara a ver con altura de miras tanto los momentos felices como los más nefastos y turbulentos.

Buena frase para repetir en días complejos y donde lo unico seguro es el cambio. ESTO TAMBIEN PASARÁ.

Pasará la incertidumbre, para dejarnos algo más de claridad en el camino.
Pasará también este tiempo (que sigue siendo muy breve) para implementar los cambios que se necesitan de manera urgente, en todas las áreas de nuestra vida.

Pasará la sensación de pérdida, de orfandad en algunos muchos que conocemos.

Pasará a su vez, la breve fracción de felicidad hecha de los ilusorios materiales externos. Porque la vida está en constante cambio y no hemos venido aquí a quedarnos con nada, salvo con la sabiduría del momento.

Pasará –tal vez no- este segundo en que me pregunto, dónde están mis viejos-hippies-profesores de filosofía. Se los extraña como nunca antes.