martes, 22 de junio de 2010

CONCIENCIA o “El Observador de todo lo que es”

Por Karina Olivares


La conciencia es el observador de todo lo que ocurre o el silencio que queda detrás de toda cosa hecha mientras estamos en vigilia, despiertos, haciendo lo que tenemos que hacer.

Para acceder a ella basta con realizar un simple ejercicio que consiste en acallar los pensamientos por un momento, ubicarse en una posición cómoda y observar qué ocurre en el nivel interno sin juzgar.

Casi todos lo hemos hecho en algún momento o tal vez algo parecido. Solo recuerden lo que sucede al ingresar y mantenerse en un lugar sagrado, por ejemplo, una iglesia o un lugar que les resulte especialmente espiritual fuera del contexto religioso. Al cabo de unos minutos algo en lo profundo se moviliza, abriéndonos paso al nivel del Alma que nos permite experimentar gratitud por lo que tenemos y compasión por otros, lo que finalmente alivia malestares y relaja emociones negativas.

Lo interesante de todo esto es que se puede acceder a la conciencia o nivel del Alma, sin intermediar necesariamente circunstancias especiales, porque solo basta la intención personal de hacerlo.

De igual manera cabe decir que algunas religiones señalan abiertamente que la práctica habitual de la meditación (sea esta trascendental, budista o cristiana, entre otras) sería un medio adecuado para acceder a este espacio de máxima apertura que algunos llaman comunión con Dios, una sensación de plenitud, alegría con mezcla de paz, entre otras tantas definiciones.

Dimensión donde ciertamente pueden encontrarse algunas respuestas a problemas de simple manejo cotidiano o de un nivel intermedio o más complejo (ejemplo: cómo proceder de la mejor manera, qué significa hacer lo mejor, cómo predecir daños o el mal menor en una situación de conflicto, qué camino tomar, etc.).

Pero este ejercicio podría tornarse algo difícil puesto que en todo momento la mente se encuentra avocada a los pensamientos, tareas del día, pendientes o elementos dispersos que provienen de los estímulos exteriores. A la mente podemos encontrarla ocupada en asuntos del pasado o bien, varios pasos adelante, en el futuro.

“Casi siempre” está en alguna de estas cosas o en todas estas circunstancias a la vez. Por eso a algunos simplemente se les hace difícil “lacearla” porque se les arranca como si se tratase de caballos salvajes. Parece que la cabeza y sus asuntos pendientes fuesen más rápido que nosotros mismos, dejándonos agotados al final del día.
La mente o si se quiere “la cabeza”, no descansa salvo en los momentos de sueño profundo, en que parcialmente perdemos la conciencia del aquí - ahora y sobre los asuntos del pasado o del futuro que le inquietan. De alguna manera caemos en la incertidumbre e ingresamos en otro nivel de información, otra carretera de pensamientos sobre los cuales no tenemos control.

Se sabe que mientras dormimos, el cuerpo y sus funciones asociadas descansan, pero los circuitos neurológicos siguen trabajando, haciendo limpieza de los contenidos diurnos, reciclando emociones, pensamientos persistentes del día y renovando la farmacia bioquímica que nos permite mantener un equilibrio más o menos adecuado.

Cabe decir que la calidad de las experiencias oníricas y del descanso alcanzado, se vinculan con la dinámica salud o enfermedad que estamos manifestando, las experiencias del día, los recuerdos o resabios de las relaciones que establecemos, el nivel de estrés emocional que manejamos y también el grado de preparación con el que llegamos a realizar el acto tan cotidiano de dormir y “descansar”.

Un sueño profundo y reparador –cuyo tiempo depende del bioritmo de cada uno- permite vivenciar otras realidades igualmente potentes en contenido y significados que también forman parte de la conciencia o Alma en aquel nivel profundo que siempre está observando todo lo que sucede.

De manera misteriosa y ubicada en un lugar que desconocemos, la conciencia maneja un switch, un interruptor ON/OFF que nos señala cuando la experiencia ha terminado, cuando debemos ingresar a otro nivel de información para estar alertas en otro nivel de juego. ¿Dónde está ese interruptor? ¿Quién lo maneja? ¿Cómo se genera en nuestro nivel interno la capacidad de observación sobre las experiencias?

A la capacidad de mirar sin mirar o de estar presentes en un nivel que trasciende los sentidos tradicionales se le denomina conciencia, un testigo silencioso que nos ha acompañado a lo largo de toda nuestra vida, que trasciende los años, que avanza en edad pero que no envejece con el cuerpo en esta especie de viaje que resulta ser la vida.

A la conciencia se le llama también el Observador de todo lo que es en el tiempo siempre presente. El observador, la conciencia, toma parte de los asuntos del día y de las preocupaciones, pero trasciende a todos esos asuntos. Conoce los ritmos y los regula. El observador no se involucra emocionalmente como lo hace la mente o el cuerpo, y es quien en algún momento dado, nos entrega soluciones integrales a los asuntos que podrían potencialmente enfermarnos o causarnos problemas, acusando la sobrecarga de estrés o “avisándonos” que algo hay que modificar en el sistema de vida que estamos llevando.

En cierto punto, acceder al espacio de conciencia donde se es uno con todo lo que es, nos ayuda a atravesar los avatares propios que implica el vivir insertos en un estilo de vida asociado a las grandes ciudades, donde algunas personas han optado o han sido llevadas a vivir como “desenchufadas” de lo que sucede o peor aún, ausentes de los acontecimientos que los atañen directamente, muchos de ellos manejando grandes niveles de agresividad o bien, con una pasividad abismante.

Una suerte de no querer estar, de ausentarse de los asuntos relevantes porque les resultan estresantes, amenazadores, porque la vida se percibe como un ciclo rutinario sin expectativas de cambio o porque simplemente atraviesan enfermedades del cuerpo o la mente que los abruman e inmovilizan. En este sistema de vida, puede ser que incluso conozcamos personas que manejan todas estas variables juntas.

Probablemente podamos hacer mucho por ellos y sin duda es importante hacerlo, partiendo desde ya por nosotros mismos. El acceder al nivel profundo del Alma favorece ver este mundo que conocemos desde un punto de vista algo más esperanzador, abriéndonos a una visión más rica e incluso más “mística” si se quiere.

Lo importante es entender que el mundo que conocemos en lo sensitivo (lo que podemos ver, tocar, escuchar) también tiene altos grados de la espiritualidad si queremos ingresar a ese campo. Basta encontrar o “tocar” las puertas adecuadas. Cada uno sabe cual es la puerta que toca y cual es la respuesta de recibe de esa puerta, con el paso de los años y a través del prisma de su propia experiencia.

La llave que abre la puerta conducente al Alma o conciencia en su estado puro, puede ser la meditación, pero también se accede a ella haciendo cosas buenas por los demás, bajando paulatinamente los niveles de agresión, atrayendo experiencias positivas, aprendiendo de los errores o cuidando con amor a otras personas. La actividad por cierto no importa, pero debe ser acompañada con grados de silencio tales que esta actividad permita escuchar y conectar “con todo lo que hay detrás de ello” es decir, la Conciencia.

Sea lo que sea que hagamos para trascender al nivel material de la “cabeza” y sus locos caballos salvajes será aportador y positivo. Simplemente hay que hacerlo.

martes, 15 de junio de 2010

Ahimsā

Por Karina Olivares


Esta palabra podría traducirse como “la ética del no daño” y forma parte de una potente doctrina asociada al hinduismo, que se hace conocida en occidente a través del Mahatma Gandhi, quien fuera a su vez, practicante activo de esta filosofía tanto en su vida personal como en sus planteamientos políticos y sociales.

Ahimsa es un camino o una forma recta de hacer las cosas, que permite asegurarse de no causar daño a los seres sensibles o que tengan capacidad de sentir, poniendo énfasis en el cuidado estricto del pensamiento, el habla y las acciones, considerando que tanto el pensamiento como las palabras pueden generar efectos adversos en nosotros mismos y el entorno.

Su simpleza se basa en la hipótesis de que nadie quiere hacer daño, causar dolor físico, moral o emocional en otros, al menos de forma conciente o premeditada. Dejando fuera las excepciones a la regla, en general, queremos hacer todo el bien que sea posible, especialmente si ello atañe la esfera de nuestros afectos, hacer lo que sea correcto o si se quiere, lo adecuado y esperable moralmente en cada situación.

De esta manera, Ahimsa propone seguir la naturaleza bondadosa que reside en cada uno de nosotros, ayudándonos a lograr la paz como parte de nuestras aspiraciones fundamentales, poniendo énfasis en la responsabilidad que nos atañe en nuestras circunstancias actuales, sean estas buenas o malas, de acuerdo a la ley universal de causa y efecto o lo que el cristianismo se conoce como la Ley de la siembra y cosecha.

Es interesante constatar como, la sentencia más conocida del Ahimsa, “Haz a los demás lo que quisieras que los demás te hicieran a ti” posee resonancia universal a través de ciertas indicaciones de orden ético-morales entregadas por otras creencias a lo largo de la historia:


“Por ende todo lo que querrías que los hombres te hicieran, hazlo tú a
ellos, pues tal es la Ley de los profetas” (Evangelio de San Marcos)

“No hagas a tu vecino lo que te resulte detestable. Eso es todo el
Torah” (Judaísmo)

“Lo que no quieras que te hagan a ti, no se lo hagas a los demás”
(Confucio, China)

“Convierte en hábito dos cosas: ayudar o, como mínimo, no hacer daño”
(Hipócrates, Grecia)


No obstante estas sabias indicaciones, quizás seguimos haciendo sufrir. Probablemente más de lo que hubiésemos querido y en especial a nuestros seres queridos, puesto que el hecho de que otros sufran o se vean afectados por decisiones erradas (muchas de ellas inspiradas originalmente en un bien superior) sea quizás uno de los efectos más riesgosos que resulta de vivir y de relacionarnos con los demás.

Nadie hay que se haya liberado de una pena por mucho bien que hubiese deseado o haya pasado por la vida sin haber sido víctima de un abuso, una desgracia o de un maltrato infringido conciente o inconcientemente por otros; lo que los hindúes llaman el avidya, los efectos de la ignorancia ciega, el hacer daño a otros sin reparar en ello o sus consecuencias. Entonces podemos considerar esto como parte de la vida o parte de los resultados de decisiones personales que otros pueden tomar o seguir tomando bajo su propia ley de libre albedrío.

La clave para tomar “el recto camino” del Ahimsa podría considerar en primer lugar ser al menos concientes de nuestro potencial para hacer daño, utilizando el prisma de lo que ha sido nuestra experiencia anterior en cada uno de los casos y los resultados que hemos obtenido en cada una de ellas.

Ser concientes de nuestro “coeficiente potencial de daño” significa estar alertas a nuestra capacidad de pensar, decir o hacer cosas que perjudiquen a otros o a nosotros mismos, de acuerdo a lo que sabemos ya hemos hecho con anterioridad, ubicando causas comunes a similares consecuencias.

Lo mismo puede ser aplicado a nuestra habilidad para hacer el bien, considerando esto como todo aquello que reporte beneficios con arreglo a valores y que se sostenga a sí mismo como positivo y noble en el tiempo.

Gandhi decía que el Ahimsa, ética del no daño o la no violencia hacia la vida, requería una mente, una boca y unas manos pacíficas, con lo cual indicaba un camino, por cierto desafiante de construir relaciones humanas más efectivas, lo que muchas veces implica al fragor de una contienda dejarse ganar, al menos temporalmente para enseñar un camino distinto.
Decía sabiamente: “Primero ellos te ignoran, luego se ríen de ti, luego te hacen la pelea, y entonces, tú ganas” Bajo esta lógica y frente a un conflicto “ganar” no implica necesariamente vencer al enemigo con sus mismas armas o responder agresión con agresión en un mismo nivel de violencia. Significa utilizar armas alternativas vinculadas al silencio, la contemplación y la resistencia pacifica frente a la agresión externa o las presiones interiores-psicológicas por responder beligerantemente.

Pueda ser que esta forma de hacer las cosas sea difícil de aplicar en una ciudad tan convulsionada como Santiago, donde se pierde el control con demasiada facilidad en lo relativo a las relaciones humanas, donde también se olvidan ciertas normas éticas y morales de convivencia simplemente porque “Nadie” las enseñó en el colegio o en las familias.

Pero bien vale hacer el esfuerzo de ir contra la corriente y detenerse a pensar cómo es que los sabios han resuelto estos problemas de manera de no generar más caos en el caos y hacer algo más de lo que todos queremos y aspiramos, un poco de paz y buena vida.