lunes, 12 de septiembre de 2011

INVITADOS DEL TIEMPO

Nada nos pertenece, todos somos invitados al escenario de la vida. Un día nos subimos sin conocer nada. Con lo puesto, sin saber el rol a interpretar. Pese a ello lo aprendemos, bien o mal, ahí estamos.
Algunos no aprenderán nada, esos malos aprendices se bajan del escenario con las manos vacías, a veces solos, sin aplausos ni palabras de despedida. Otros, quizás un poco más aventajados, con el paso de los años terminan practicando bien el arte de vivir,  pero un buen día el juego se termina o la semana entrante, que para el caso es lo mismo.
Pese a saber internamente esta verdad, vamos a vivir incontables horas de nuestra vida sumidos en la ansiedad, en la incertidumbre de la cual fuimos presa ese primer día de encuentro con lo desconocido, cuando se abrió de par en par la existencia y hubo que transitar por este camino extraño, sembrando de códigos que al pasar tenemos que descifrar para seguir adelante y no quedar sentados mirando a los demás pasar.
Al llegar aquí olvidamos todo. Olvidamos como vivir. Qué hacer. Donde detenerse, cuando seguir. Como navegar entre el sufrimiento y la alegría, dos puntas, extremos de un mismo lazo.  Con todo eso vamos andando y andando a lo largo de este viaje incierto, que algunos se esfuerzan en descifrar.
Pero tal vez somos nada más que simples invitados del tiempo, que a pasos agigantados se va esfumando frente a nuestros ojos. El dueño, quien monta el escenario, nos presta la ropa, el cuerpo, los bienes, y un día cualquiera nos pide de vuelta todo eso. Y sin llorar hay que retornarlo puesto que esa es la ley.
Los malos aprendices creen que algo de eso que tienen les pertenece, se identifican con eso que creen de su propiedad, luchan, sufren y se enferman, tratan de asegurar bienes para las nuevas generaciones, incluso piensan que el cuerpo y sus pensamientos también les son propios, pero nada es nuestro salvo la experiencia continua en la que vamos viajando. Un viaje en el que forjamos sentimientos profundos, hasta comprender qué es el amor.
Cada vida elegida es un recalar, un pequeño momento, un periodo de prueba y ensayo donde algo queda de tanto andar y andar, para seguir viajando conforme sea nuestro comportamiento en la ruta. El dueño, el Maestro, sabe de nuestros comportamientos, por mínimos que estos sean, y de acuerdo a ello nos mantiene en ruta o nos saca de circulación por un tiempo, para empezar de nuevo tras una conversación al oído en la intimidad de la eternidad.
Cierto es que algunas cosas no sirven para andar, la ansiedad no sirve, tampoco luchar ni discutirle a quien piensa que es dueño de eso que el dueño verdadero le prestó. Toda lucha en este viaje regido por la Ley del Cambio será nada más que una simple raya en el agua, un pensamiento totalmente intrascendente en medio de la bastedad océana que estamos surcando cada día sin saber, y sin tener siquiera conciencia, de todos los riesgos reales que pasan frente a nosotros.
Y cierto es que un día lejano, que no recordamos, aceptamos correr todos estos riesgos.
Un aprendiz temeroso al cambio es un aprendiz vulnerable, y no sirve para encomendarle una tarea grande mientras no supere el pánico escénico, que se genera simplemente al darse cuenta de lo dura que es la ruta de una vida medianamente bien vivida y consciente. Tan llena como está de perdidas, de caídas, de preguntas. Tan llena de otros seres que también buscan afanosamente lo mismo, que sufren y se alegran como nosotros. Que están expuestos al cambio.
Es preciso perder el miedo a que nos abandone eso que creemos nos es propio. Permitir que lo correcto tome su propio cause y sea lo que tenga que ser. La falsa idea de propiedad aquí genera muchos sufrimientos, pero todo aquello se deja simplemente soltándose en el vaivén de las corrientes cambiantes de la vida; corrientes misteriosas que va creando para nosotros el dueño de todo, por amor, para que tengamos más sabiduría y nos convirtamos en buenos navegantes al fin del día.
Un buen aprendiz sabe que debe adherir estrictamente a la Ley y en todo observar que se es invitado de un tiempo preciso y circunscrito. Por eso cuando es llamado no teme dejar la mesa que ocupó y dar las gracias por el recibimiento antes de partir. Para empezar de nuevo. Esa es la ley del tiempo.
*Agradezco las enseñanzas de Bhaktivedanta Swami Prabhupāda