lunes, 8 de junio de 2009

Oficio: malabarista























Por Karina Olivares

Ahora que Chile ha ingresado formalmente a la categoría de “países en recesión”, hemos podido observar como, gran parte de la población más golpeada por la crisis (léase el 90% de los chilenos) ha debido despertar el recurso de la creatividad, apareciendo nuevas estrategias de sobrevivencia o al menos, haciendo más visible lo que ya existía hace muchos años.

Algunas son crueles revelaciones del trabajo infantil, que por cierto siempre ha existido con una enorme cuota de explotación y desamparo. Otras, son experiencias llevadas a cabo por adultos y jóvenes, quienes ven en el despliegue de ciertos talentos artísticos, una manera de ganarle al día siempre exigente de la moneda para vivir.

Porque en momentos de crisis y vulnerabilidad económica, aparte de recurrir a las instancias formales de apoyo, como Municipalidades, ONGs e Iglesias, la tendencia es a asociarse informalmente, crear nuevos emprendimientos y desplegar todos los “talentos” posibles hacia la búsqueda de la satisfacción de las necesidades básicas. Y ejemplos hay muchos y de muy variado tipo.

Estaba meditando en esto cuando una tarde cualquiera, veo como el parabrisas se llena de fuegos danzantes y peligrosamente próximos. Cae la noche y un joven, con un marcado estilo circense, nos ofrece un espectáculo de fuegos, clavas y malabares varios que saltan y vuelan por los aires. Su estilo cuidado no permite errores y al finalizar se gana los respetos de un obligado público que le entrega algunas monedas.

Toda esta operación dura menos de 60 segundos. Son los llamados “artistas callejeros” que desarrollan arte general circense de semáforos, con una gama increíble de objetos que sirven para “malabarear”. Un oficio interesante y lleno de matices que provoca un brusco despertar al automovilista asediado por un tiempo siempre escaso o por el tedio de la rutina.

Sorpresiva entrega artística que al menos, ahuyentó al puntilloso “limpiador de vidrios”, personaje que lucha por ganarse un espacio en la variada gama de emprendedores callejeros ubicados en los semáforos: Vendedores de galletas, dulces, helados, manos libres para celulares, diarios de la tarde, rollos para taxímetros, pan amasado, flores. Sin dejar afuera al clásico indigente cuyo único esfuerzo es solicitar una moneda “Por el amor de Dios”.

Aquí todo elemento sirve para generar atención, sorpresa y hasta despertar la impaciencia ofuscada de aquellos compatriotas agotados de estas improvisadas tomas esquineras, que para algunos demoran más de la cuenta la espera en el semáforo.

El malabarismo reúne principalmente a jóvenes en situación de pobreza y riesgo social entrenados en el Parque Forestal de Santiago o en escuelas formales como El Gran Circo del Mundo, entre otros. Les permite ganarse el sustento y también crear, alrededor de ellos, verdaderas comunidades que comparten un mismo estilo de vida.

Y el oficio es rentable si se trata de sacarle partido a las destrezas personales en un contexto socioeconómico cada vez más adverso. Durante una jornada normal diaria, el ingreso puede ascender a diez mil pesos, si se es talentoso y llamativo. O al menos cinco mil, si el espectáculo es pobre en despliegue de habilidades, pero siempre al final del día existe alguna recompensa que fortalece este trabajo que es también una pasión para quienes lo desempeñan.

Curiosamente, esta actividad hace un paralelo con ese dicho tan popular de “hacer malabares”, usado para referirse a todos aquellos actos que hacemos en las cuales se busca un acomodo más o menos equilibrado en situaciones de base inestables. Por tanto, todos tendríamos algo de este oficio en la sangre cuando “hacemos malabares para llegar a fin de mes” entre otros usos comunes aplicados a las problemáticas derivadas de la economía domestica.

Pero volviendo a esta temática social, en general quienes “hacen semáforos” son jóvenes, pero también se encuentra en estas esquinas a niños entrenados in situ, al fragor de la breve observación de malabaristas mas avezados. Se los puede ver alzando por el aire y con dificultad, pelotas de tenis u otros objetos, entregando un triste espectáculo que reviste a este oficio esquinero de su lado más oscuro y desalentador:

Niño triste
de blanca máscara
rota por la miseria
no te encuentro
salvo en esta calle
que es tu escuela
Invisible niño
¿cuantas monedas vale
esta tarde
tu entrega?

Utilizando el lenguaje malabaristico, encontramos a niños que no superan los 9 años "tirandose” (haciendo su trabajo) en medio de vehículos en movimiento o lanzándose a la calle en cada luz roja para "convertir" el almuerzo, es decir, cambiar su infantil esfuerzo por monedas que serán después su aporte al sustento familiar, del cual probablemente sean el único pilar.

En este plano no existen dobles lecturas, por cuanto se trata de una de las tantas formas de trabajo infantil que vulnera derechos fundamentales de la infancia. Porque el espectáculo más que sorprender, abruma y ensombrece, como los ojos tristes del payaso de circo pobre.

Alguien que puede ser un niño, aparece de improviso, para ser luego un invisible más de la ciudad. Porque en la profunda ignorancia que aún persiste sobre esta temática, ni el niño, ni sus obligados espectadores quizás, se reconocen como sujetos portadores de derechos humanos, haciendo que esta revelación sobre la pobreza dura y vulneración se perciba solo por 50 segundos.

Una sociedad de libre mercado como esta debe aceptar la coexistencia de todas las formas válidas de trabajo, especialmente del segmento joven, históricamente excluidos del acceso a trabajos de buena calidad, en condiciones de ejercicio dignas y seguras. También debe fomentar todas las instancias de protección donde se utilice la recreación como recurso, como es el caso de las escuelas artísticas para niños y jóvenes.

Sin embargo, en un contexto de calle donde todo vale, la economía social de mercado, gestionada por el Gobierno de turno, debe prestar especial atención en las formas de trabajo que vulneran los derechos y obligaciones de los niños: asistir a la escuela, ser atendidos por un adulto o institución responsable que provea su sustento, estar protegidos en su integridad física y mental, tener acceso al juego. En este caso, no con fines remunerativos, sino por el solo hecho “de jugar”

Web recomendada:
http://www.malabarismo.cl/

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