lunes, 13 de julio de 2009

A Victor

Por Karina Olivares

Tendrán que callar al río,
tendrán que secar al mar, que inspiran y dan al hombre,
motivos para cantar (M. Sosa)


Cuanto tiempo ha pasado. Cuanto ha de pasar aún. Los casi 40 años que separan esta vida que fue y el hoy, parecen no avanzar. Algo se ha quedado en suspenso, algo que parece ser ese incierto país que pudo haber sido y no fue. Que hoy carga con los restrojos de una cena mal habida entre el abrupto quiebre del pasado y este presente a la buena de Dios y sin variantes.

Parece que Chile, honda herida abierta, hospital público, no quiere o no puede avanzar sin antes saber el final de esta historia, como tantas otras hace décadas atrás.

Esta nota es a Víctor Jara, un motivo para no cerrar la herida que es la de todos los demás. Al artista, cantautor, actor, hijo pródigo del campesinado; que tuvo en su destino nacional, la carga de haber sido un rostro público al momento de su detención. De haber sido reconocido por aquellas mentes desquiciadas, entre tantos anónimos chilenos recluidos en el ex Estadio Chile. Aquella suerte o infortunio que algunos llaman destino. Misión-cruz que ciertamente nunca quiso llevar en sus espaldas de sencillo cantor.

Sencillo, porque al artista solo le basta su guitarra, el ambiente festivo del pueblo y una copa de vino. Ante la simpleza de lo extraordinario, lo demás es decorado, irrelevante. Pero Víctor tuvo que ir más allá. Romper sus propias reglas básicas y transformarse en un ícono, en la imagen representativa de lo inverosímil que resulta la violencia aplicada a pequeña o gran escala.

Porque aunque lejos esté su muerte, las circunstancias que la rodearon o los pactos de silencio que impidieron hacer una justicia a tiempo, el paso de los años solo ha hecho que se cree tras su huella el germen de este otro Chile, un Chile paralelo, opción a las armas que intentaron un día dejarnos sin artistas, cegando el alma colectiva de nuestra cultura popular, encarnada en gente como Víctor Jara.

De él me atrae aquella búsqueda incesante de lo propiamente chileno. Como cuando estando en Santiago, se interna en el campo espeso y profundo, volviendo a su matriz creativa hasta encontrar canciones, melodías y cantores anónimos. Allí rescata el patrimonio cultural que parecía perdido, liderando esa búsqueda hasta dar con los padres del folklore, haciéndose rebautizar por ellos.

Inspirado hondamente por ese mundo y ya de regreso en la capital, Víctor Jara asume la voz del rebelde. Habla con el carácter y sentido de quien todo lo conoce, de quien se ha encontrado a si mismo. No teme a las críticas, ni le complacen los aduladores. Habla con desparpajo de los ricos y sus casas emplazadas en los barrios altos; de generales eliminando chilenos, del obrero y su realidad.

Lo social es en la obra de Víctor Jara, material eminentemente sagrado, donde descubrimos historias y personajes asombrosos que re-visten la cultura popular, generando con ello sintonía con las clases sociales marginadas de aquella época y que finalmente son para este artista el cuerpo y alma de Chile.

Su música, sus letras y un modo de vida acorde, van así configurando una visión carismática del mundo. Del mundo que estaba viendo y que hacen propio sus seguidores. Desde ese momento Víctor deja de ser de él, del núcleo estrecho y cuidado de su familia. Pasa a ser del pueblo, de “lo social”, de sus historias. Se transforma en un ícono viviente con voz y guitarra.

Con él se entiende y traduce lo confuso que era Chile en ese entonces. Su voz repara la cultura de lo propiamente chileno cuando era particularmente necesario repararla. Encontrarla. Reconocerla. Creando con fuerza un ideal alternativo que requería ser conocido.

En sintonía con todo lo anterior, se opone ferozmente a la irrupción de “lo foráneo” como elemento destructor de aquello que él había conocido: el cielo campesino libre y autogestionado. Capaz de despertar la semilla de aquellos que, oprimidos, se encontraban en las ciudades. A ellos los inspira, los moviliza, cumpliendo así el rol sagrado que todo artista debe cumplir.

Con estos antecedentes, Víctor Jara crea en vida su propio mito. Se proyecta más allá de la persona-artista, he ingresa a una categoría superior, liderando una perspectiva social y cultural. Inspirando esta visión idealista centrada en lo social, desde lo profundo del pueblo, la clase, una forma de ser chileno que serviría de puente entre lo que había con él y lo que podría llegar a ser.

Por eso el quiebre de este sueño, gatillado con su absurda muerte como crucifixión de un ideal, va aún más allá de su suerte. Se recrea momento a momento. Se verifica en el hoy a través de su legado armado pieza a pieza por su esposa Joan y con la posterior creación de la Fundación Víctor Jara.

Hoy la justicia hace su parte identificando a los autores de su muerte y aunque llega vergonzosamente atrasada a la fiesta de encontrar la verdad, tampoco ha sido central en el rol de posicionar a Víctor o para entender la genialidad de su figura. Gracias a este impune atraso, al menos su alegría nunca fue paseada en los fríos pasillos de Tribunales, donde reinan los intocables de siempre, el horrendo tramiteo y este matrimonio tan bien habido entre la desidia y el compadrazgo.

Con Víctor se celebra la vida y así también fue entendido. Por eso su pequeña tumba, que albergó por tantos años sus restos, tampoco fue un lugar de culto y procesión, aunque bien merecido hubiera estado. Tan solo un árbol, bandera chilena al viento y una pequeña banca. Eso era lo que había en el Cementerio General para quien, con viveza, supiera encontrar el pequeño y rudimentario nicho, alzado en el sector más “poblacional” del camposanto. Porque así le hubiera gustado a él, según cuenta Joan Jara.

Centrados en el enorme poder inspirador que mantiene Víctor a décadas de su muerte, rememoro aquel póstumo poema escrito a sangre y fuego desde el Ex Estadio Chile. Leerlo me apena y me da esperanzas. Fortalece mi espíritu. ¿Cuántos eran? se preguntaba, probablemente más de cinco mil a ese lado de la ciudad.

Sin embargo, hoy siento que el amor de su gente ha multiplicado por miles más aquella cantidad de personas, no en dolor ni en espanto, no en horror ni muertos, sino en alegría, creatividad y conciencia colectiva. Una estela que solo un verdadero artista puede dejar a su patria, que es su hogar y su familia, en el más puro sentido de la palabra.

Recomendados:
- “El Chile de Víctor Jara” Omar Jurado y Juan Morales, Editorial LOM, 2003.
- “El Derecho de Vivir en Paz” Documental de Carmen Luz Parot, año 1999

1 comentario:

  1. Por mala suerte, nunca estudié el español y lo se por mis viajes, musicas y amigos. Entonces, pido perdón por mis errores, ademas de una lectura maravillosa, con lo que nos regaló Kari.

    Conoci a Victor gracias ella, my hermana/amiga/compañera scout y su querido esposo Alejandro, personas que estan dentro de mi corazón y que puedo asegurar, son parte de mi familia.

    Me encantaron varios de los poemas musicados de Vitor. Pero, no piensen que soy un experto o un fan de él. Recién nos vamos conociendo, poco a poco, hasta que sus cancionces salga de mi boca, despues de passar por mi mente y corazón (asi como hacen los poemas musicados por Silvio Rodriguez).

    De todos los modos, agradezco a mis amigos por presentearme com Victor Jara. Agradezco a mi estimado Chile, por haber aceptado el honor de servir de cuna a ese NOMBRE (si con mayusculas) de la musica latina.

    Saludos a los que tuvieron paciencia de leer mis palavras... y MUCHAS GRACIAS Kari por la belleza del texto!

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