miércoles, 4 de noviembre de 2009

LA SANTITA

Por Karina Olivares



Alguna vez, de paso, acampé a orillas del Lago Maihue. Majestuoso espejo de agua perdido en el profundo y espeso sur de Chile.

Llegar al lago era el fin de una ruta que ese verano iniciamos en Valdivia, pasando por Futrono y sus alrededores. Allí tomé contacto como nunca antes con el pueblo mapuche. Allí, camino al sinuoso Maihue, las caras de siempre cambiaron irreversiblemente, movilizando en mí algo de extraña pertenencia que seguramente por sangre no poseo.

Allí quise en lo profundo quedarme para siempre o ser alguna vez admitida a participar de aquellos ritos sagrados que escuchaba a lo lejos en los caseríos cercanos a mi lugar de campamento. Pero solo de lejos escuché aquellas noches, eso que es parte del alma de este pueblo, de música, potente fisonomía y tradiciones.

Cruzamos caminos y los rostros fueron haciéndose cada vez más intensos, las miradas más profundas, la piel y fisonomías más toscas. Subíamos y bajábamos de las carretas y los camiones, que nos llevaron casi siempre hacia lugares más alejados pero poblados de esta presencia absoluta que es el mapuche en su tierra, el dueño y señor de la espesura sureña.

Probablemente algo de mi haya quedado impreso en esas aguas y algo de mis pies en la tierra que dejé cuando me alejé con mi mochila ese verano, lanzando al aire mis versos inventados, que algún lugareño intuyó creyéndolos suyos.

Entonces años después, estando con mis copados tiempos de ciudad, escucho que La Santita se había volcado en las aguas del Maihue. Pequeña y frágil, la embarcación servía a los lugareños de esos mismos poblados que había conocido, para moverse a sus escuelas, internados o lugares de trabajo.

Ese día Domingo y solo provista de la fe de sus ocupantes, La Santita emprendió camino con el doble de su capacidad a cuestas. Ese día su santidad puesta a prueba una y otra vez ya no pudo más, lanzando a las aguas del Maihue a 17 de sus 34 ocupantes.

Las imágenes volvieron nítidas. La belleza indescriptible del lugar, pero también aquella sensación de abandono y desamparo endémico de este pueblo. Nada, con el paso de los años, había cambiado mucho para aquella gente: La pobreza, el olvido, la precariedad de los medios de transporte que para nosotros, entusiastas veraneantes suelen parecer toda una novedad.

Quizás alguna cara, madurada con el tiempo, haya estado a bordo aquel fatídico día del 2005 cuando el barquito naufragó dejando depositadas allí aquellas 17 almas. Todos mapuches, casi todos niños, habitantes de un poblado ribereño del Maihue, llamado Rupumeica, que de no haber sido golpeados por esta tragedia, jamás hubiéramos conocido su nombre o algo de su existencia.

Existencias marcadas por las carencias y el aislamiento, porque a los 17 niños y adultos muertos en el naufragio igual que a los 16 sobrevivientes, no les quedaba otra, en su dura cotidianeidad, que abordar ida y vuelta este lanchón maltrecho y sin supervisión. Casi siempre con mal tiempo, tan solo abrigada por las buenas intenciones de sus usuarios que sin duda no bastan en la compleja y desafiante geografía de fin de mundo.

Hoy cuatro años después de este triste episodio, se sabe que entró en funcionamiento otra nave, la Consuelo 17, equipada con las mínimas condiciones de seguridad y con capacidad para 32 pasajeros sentados. Todo un logro de inversión, jamás hecho posible sin la muerte de estos lugareños.

Y que también aún la autoridad no paga los 500 millones de indemnización a las familias de los fallecidos, ya que el Alcalde de Ranco señala “no tener el dinero”. El mismo que no tenía cuando entregó a este pueblo el fatídico lanchón a comodato y sin ítem para combustible o mantenciones, el cual según él “debían financiar ellos mismos”.

La tragedia del Lago Maihue reveló el aislamiento en que viven miles de chilenos no tan lejos de la hiper intervenida capital de Chile. El invisible pasar de las comunidades que conservan intactas sus tradiciones, golpeadas por la pobreza dura, cuyas soluciones temporales suelen ser la única salida mientras llega este extraño y desconocido término llamado “conectividad”.

La misma cuya falta celebramos en verano cuando abordamos la desvencijada carreta, el lanchón sin salvavidas ni retoques, de visita en pueblitos como Rupumeica, al interior de este intenso y olvidado Chile.

Sugeridos: CD de Alejandro Farfán “Memorial de Maihue"

2 comentarios:

  1. Algo de mi quedó para siempre allá, en Maihue, parte de mi corazón y mis pensamientos.

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  2. comentario por sergio antonio martínez gutiérre el noviembre 6, 2009 a las 10:25am



    Lindas tus palabras Karina, para una realidad dura no solo de los mapuches en el sur, sino también de los pobres urbanos, de los jóvenes sin trabajo y sin opción de estudiar en la educación superior, de las personas con padecimientos mentales que deambulan por las calles de nuestras ciudades, de los adolescentes expulsados del sistema escolar...algo debe cambiar y no hablo del gobierno...algo debemos hacer los que estamos en esto...cariños

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