miércoles, 3 de marzo de 2010

LA TRAGEDIA DE LOS PERDEDORES

Por Karina Olivares


No me asombra. El robo televisado, el pillaje, el ingobierno. El terremoto ha desprovisto a Chile de su débil cáscara exitista y nos ha dejado tal cual Dios nos echo al mundo, casi de la misma forma como nos encontró este fatídico 27 de Febrero a las 03.37 de la madrugada.

No me asombra, tampoco me impacta demasiado el hecho, por todos conocido de que Chile, convertido ya en discurso y mitología, está lejos de ser una sociedad desarrollada y menos aún “solidaria”. Más bien, en la desgracia, sabemos que primero han de aflorar todos aquellos atributos sombríos, no asumidos, pero tan ampliamente conocidos en el exterior.

No por nada, un célebre aviso encontrado en un país nórdico versa sobre este rasgo idiosincrásico: “Si ve a un chileno robando, déjelo, es parte de su cultura”. Por cierto, exageraban.

El movimiento telúrico nos ha dejado en pelotas. Porque no solo descubrió el contenido de las casas derruidas, que antes estuvieran protegidas por altos muros o lo que tenemos o tuvimos a nivel material y que hoy se ha llevado ese mar que tranquilo “alguna vez nos bañó”.

Nos despojó también de la falsa creencia de que en momentos de emergencia las instituciones funcionan. No funcionan, tal vez empeoran. Otras instancias podrán funcionar, como las radios o la TV con su amplia cobertura catastrófica.

Porque ahora, después de este sábado y de otros días parecidos en la historia nacional, nada es cierto, todo parece ser relativo. Y en este orden de cosas, emerge casi como la salvación la imagen divinizada de las FFAA, cuya presencia armamentista podrá en última instancia, controlar lo incontrolable, generar un orden a como de lugar o contener la furia del ciudadano anónimo, los olvidados, los perdedores.

Volvemos de esta manera a lo de siempre, al chiste repetido que revela quienes son los verdaderos dueños de la pelota en Chile. Porque ahora no se trata del comunismo o de defender la democracia, se trata de una nueva versión, impresentable, del “no-ciudadano”, los apátridas apoderados de las calles, individuos vulnerables, desequilibrados psíquicos que siguen a la masa amorfa, fronterizos que no lograron “reconvertirse” bajo el alero de políticas públicas que los olvidaron.

El mismo que asalta, incendia o huye con cualquier cosa, so pretexto de evitar el temido “desabastecimiento”, un concepto ahora añejo cuando lo que se lleva la turba no solo son alimentos de primera necesidad, sino toda clase de bienes fuera de toda lógica sensata.

El fenómeno al cual asistimos, no nuevo por cierto, del pillaje, del ladrón de poca monta, del oportunista, nos lleva a pensar sobre la “ciudadanía” que este terremoto ha dejado al descubierto. La no-sociedad, LA FRACTURA que hace posible la aparición y reproducción de estos hechos que forman parte de la más oscura idiosincrasia chilensis.

Se trata, claro está, de apátridas, desintegrados, excluidos en el más puro sentido de la palabra, cuyos canales de ingreso a una sociedad de consumo pasan angustiosamente por la tenencia “a como de lugar” de la lavadora o el TV de pantalla plasma, que convierten en objetos de culto, desplazando con creces los mecanismos tradicionales de inclusión. Criterios de prestigio como lo fueron antaño, la honradez, la probidad o el altruismo como guía del servicio publico o simple solidaridad por deber cívico.

Atrás quedaron los anhelos de abuelos o padres que estaban orgullosos de haber educado a sus hijos “con esfuerzo” o de ser “pobres pero honrados”. En ellos, los vándalos, se reproduce el ansia por llevarse lo que sea, un algo que cosificado, les permitirá aparecer triunfantes en los canales donde esta ciudadanía transgresora se muestra y escenifica.

El logro está en ser, al menos, el anónimo pillo por un día. En convertirse en transgresores imitativos, con escasa o nula organización y con un alto uso de la violencia barrial.

No nos asombre, tampoco nos impacte demasiado el ladronzuelo hecho al fragor de la oportunidad que para ellos “pintan calva”. O la turba descontrolada que asola municipios como el de Hualpen en la gran Concepción. Ellos, los mismos vecinos tal vez, nunca se sintieron o sentirán parte de la institucionalidad que representan estos organismos públicos.

Nada será hoy más importante en esta locura temporal por “ser alguien” a través de ese “algo”, cualquier cosa, que se encuentra en la vitrina antes del terremoto lejana, antes del terremoto, inaccesible.

Para muchos de ellos, la turba ingobernable, será su único reducto de protección hasta que se agote el último objeto, se destruya o quemen los emblemas de poder al cual nunca van a poder optar.

Pasadas las semanas, es muy probable que la turba se desintegre y vuelvan, sus miembros, a una vida sin sentido, al anonimato, al estar por estar sin oportunidades ni horizontes, perdidos como lo han estado siempre en una sociedad mercantilizada, que hoy tiembla en sus cimientos frente a su único y gran enemigo, la siempre desafiante naturaleza.

3 comentarios:

  1. que certero karina,creo que este pais debe reeducarse principalmente en valores,que no tiene que ver con ser o no pobre

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  2. Escalofriante, pero acertadísimo, se nota que sabes de lo hablas y no especulas y te dejas llevar por los medios, tienes alto conocimiento trasmitido, como empírico muy interesante y dejando algo para pensar “total”

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  3. Karina, realmente claro tu pensamiento respecto a lo ocurrido en este oscurantismo que vivimos junto al terremoto que sacudio no solo nuestra tierra sino tambien nuestros valores mas profundos y nuestros condicionamientos mas primitivos.
    Me gusto mucho la forma en la cual logras plasmar todas las sensaciones que producían las actitudes de nuestros compatriotas, de nuestro Chile que a veces parece ser de otros.
    Gracias por compartirlo

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