martes, 10 de agosto de 2010

HOMBRES BAJO TIERRA

Por Karina Olivares


Me conmueve profundamente lo que sucede con los mineros en el norte de nuestro país. No solo porque hoy no se sepa qué sucederá con los 33 hombres que se encuentran sepultados a no se sabe qué distancia bajo tierra. Porque han de saber que cuando en los medios se dice “señores, se encuentran a 300 metros e incluso en un refugio a salvo” esta es solo la versión oficial. En realidad, eso podría ser el doble o el triple. No es misterio que los medios mienten y “omiten” so pretexto de no alarmar a la población.

Me conmueve porque ellos, los mineros, son ya una especie en extinción. Ellos van a la mina. Van y vuelven en una especie de noviazgo que puede terminar en tragedia un día. Quinientas veces vuelven con la certeza que esta podría ser la última cita. Ellos saben que la mina los puede sepultar vivos, como a estos 33 hombres que notaban hace rato el crujido y el goteo de las paredes subterráneas en su eterna enamorada.

Ellos, al fragor de este oficio saben, entre muchas otras cosas, cuando la mina simplemente ya no dará más de intrusiva excavación. Cuando se acercará el día en que el turno final les toque a ellos o alguno de sus amigos entrañables. Cuando uno de ellos sea llamado sin retorno a las profundidades, a rendir cuentas por la única ilusión que han tenido en sus vidas, el ser dueños de esta esquiva diosa mineral.

Los mineros saben que cada gramo vale, que la mina cobra su peso en oro, el mismo que extraen a destajo, subcontratados por la empresa multinacional a la cual poco y nada le importa quiénes son estos hombres que suben y bajan hacia su destino. En ellos la necesidad siempre puede más, la pobreza, las generaciones tras generaciones haciendo lo mismo.

Porque más vale morir como buen minero que ser un desclasado, uno más de los tantos que afuera no tienen para dar de comer a sus hijos y terminan como muchos antaño honrados, metiéndose al juego del tráfico, que en el norte y las zonas fronterizas es grito y plata, como lo fue antes el oficio de la minería.

Ahora, con el paso de las horas, solo cabe esperar mientras unos pocos deciden cómo comunicar estratégicamente lo que nadie quiere escuchar, la mala noticia de que “Dios” se ha llevado a estos mineros, eufemismo infame que encubre la verdadera mala noticia nacional: el atropello sistemático a los derechos especiales que le asisten a este tipo de trabajador extremo, el que labora a kilómetros bajo tierra, el que hace faenas extractivas en el mar o el que simplemente expone su vida porque “no le queda otra”.

En esta historia no solo la vida de los mineros ha quedado en suspenso, sino toda la pantalla de versiones que giran entorno a esta tragedia. Suspicazmente, pueda ser que el famoso ducto de ventilación por donde se supone podrían haberlos rescatado en primera instancia nunca haya existido. Tampoco el famoso refugio tiene porqué haber estado o la distancia a la que nos dicen se encuentran realmente los mineros.

¿Cómo saberlo? Me otorgo el derecho a la duda considerando que la misma Iglesia -muy emparentada con las cúpulas de poder económico- denuncia que las condiciones laborales y estructurales de la mina San José eran “muy similares” a las de principios del siglo pasado. Y la cara les queda donde mismo.

Mientras unos piensan cómo comunicar el asunto para que no parezca ésta una sociedad en la que se vulneran a diario los derechos laborales, tal como se hacía hace 100 años, las transnacionales de la megaminería siguen especulando con las divisas y las vidas humanas. Ellas, las grandes, las responsables de esta tragedia van a seguir buscando oro, plata, cobre e incluso uranio un poco más allá cuando todo esto deje de ser noticia.

Ellas, las que supuestamente le hacen el “sueldo” a Chile –léase el sueldo al quintil más rico de este país- provocan la desaparición de montañas y la fisura del suelo en kilómetros de distancia bajo tierra. Las grandes intocables son las mismas que en sus faenas utilizan 9 toneladas de explosivos diarios y generan otros 18 de desechos tóxicos para fabricar un hermoso anillo de oro que va a engalanar a la señora del gerente. Mismos desechos que llegan a las personas a través del agua contaminada, misma que va a tomar el hijo del minero pobre que arriesgó su vida ayer.

En fin, la muerte o el rescate de estos 33 hombres bajo tierra es sin duda, el último eslabón de una depredación sin límites, la resultante de oscuros intereses económicos que desconocemos en su real dimensión, pero que ahora cobran estas vidas como lo hicieron también antes en los otros episodios de nuestra historia de desastres nacionales.

De estos impasses, está hecho el crecimiento, el desarrollo, nuestra patria que es paraíso de inversionistas. Para que lo vayamos sabiendo, éstas son las cifras oscuras con las que se hace el sueldo de Chile. Sepa entonces “Dios” -nuestro refugio ante la adversidad- retribuir el esfuerzo de estos hombres anónimos, para seguir construyendo las mismas desigualdades de siempre.

1 comentario:

  1. Realmente esto me tiene angustiado, superado... no puedo creer que personas estén a tantos kilómetros bajo tierra. Esto no es humano, hasta dónde pensaban llegar. Cuándo decir basta... $$$$

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