lunes, 1 de noviembre de 2010

VIENTO SUR*

Por Karina Olivares


Corría una brisa fresca, algo fría, esa tarde en que la machi del pueblo aceptó hablar conmigo.

Robusta, de baja estatura, intensos ojos oscuros y de muy pocas palabras. Rosa Raipán no era muy distinta a las otras mujeres del pueblo, aunque a poco andar noté el rasgo que la hacía ser diferente, muy diferente a las demás: su figura parecía fundirse íntegramente con la exuberancia del lugar, a orillas del lago Maihue, donde residía junto a la comunidad de Rupumeica.

Su familia poseía por linaje la facultad de curación, pero no había una machi verdadera hasta que un peuma premonitorio le avisó a su abuelo Juan que ella tenía que desempeñar este rol en el pueblo. Los primeros años fueron duros. Ella y su familia sabían que sería así y por eso la niña Rosa lloraba. Pero con los años, adquirió la sabiduría que le permitió desplegar todo su poder curativo, haciendo entonces realidad el lejano sueño de su abuelo.

Entre sus múltiples actividades, la machi Rosa tenía autoridad para alejar del pueblo los espíritus malos, aquellos que las más viejas del caserío percibían cuando entraba viento norte a sus casas. Al mantenerlos lejos, Rosa ahuyentaba también la incertidumbre, el miedo y una que otra enfermedad asociada a ellos. Aunque si un malestar lograba debilitar a algún miembro de la comunidad, sabía preparar el lawen adecuado con hierbas y plantas que recogía desde el prado por las mañanas.

Nuestra conversación fue fluida y también a ratos se hizo de grandes silencios. Esta enigmática y poderosa mujer parecía conocer todo lo concerniente a su comunidad. Los momentos de alegría, sus preocupaciones, lo que favorecía la salud y las acciones que atraían la enfermedad y la muerte. Tenía tantas preguntas por hacer a Rosa... pero el viento hacía crujir las copas de los árboles, silbando una canción que se fundía con una trutruca que alguien entonó a lo lejos, haciéndonos recordar que debíamos volver al pueblo.

Un hermoso manto estrellado nos esperó en la entrada del caserío, mientras que al interior el fuego central de las viviendas encendía las conversaciones que ese día sostuvimos hasta muy entrada la noche. Ya arropada para dormir medité sobre lo que había escuchado por boca de esta mujer y de parte de su comunidad. Coincidimos en vernos nuevamente para hablar del motivo que me había traído hasta el pueblo, una vez hubiere descansado del largo viaje que emprendí por motivos laborales, desde Santiago a Rupumeica.

Pero el arduo trabajo comunitario de esta mujer me impidió verla hasta al menos tres días después de nuestro primer encuentro. Me urgía contarle del motivo que me atrajo hasta el pueblo: nuestra paciente y antigua miembro de su comunidad, Juana Curinao.

Me intrigaba conocer las verdaderas causas que estaban detrás de la grave y repentina enfermedad que la había aquejado, y por la cual Juana había muerto hace pocas semanas atrás. Se trataba de una mujer perfectamente sana, quizás hasta el momento en que tuvo que dejar Rupumeica, hecho que marcó pocos meses después su traslado definitivo a la ciudad de Santiago.
Sabíamos por ella de un conflicto antiguo entre familias. Y que Juana y sus hijos habían tenido que dejar obligadamente la comunidad para ubicarse en una zona apartada, con dirección Norte, fuera de los límites territoriales del pueblo. La machi había atendido los malestares provocados por “las piedras” vesiculares que aparecieron repentinamente en Juana tras esta forzada separación. Una enfermedad que entendían muy bien Juana Curinao y su machi Rosa Raipán, dentro de las particularidades y el contexto vital que compartían.

La relación de ayuda había durado un tiempo, pero probablemente no lo suficiente. Rosa cumplía una función muy importante de acompañamiento y su paciente mostraba signos de mejoría. Pero las fuentes laborales se agotaron y Juana tuvo que aceptar un ofrecimiento de trabajo en Santiago.

Tras este evento Juana no tardó mucho tiempo en empeorar nuevamente. Recordaba frecuentemente a su familia que aún quedaba en el pueblo, sus ancestros, la mano de Rosa que le infundía seguridad y el verdor húmedo que había dejado atrás en la zona lacustre del Sur de Chile. Sin embargo no entendí lo suficiente la añoranza de Juana, sino hasta aquella tarde en que llegué hasta su pueblo natal atraída por su historia.

Apenas pude interrogué a la machi y a la gente que había conocido a Juana, intentando reunir información que me diera claves para entender el porqué de la evolución de su enfermedad. Fue entonces cuando Rosa me dijo con voz clara, mirando hacia su pueblo:

- En este lugar se marca una división invisible que guía el mundo que conocemos, conformado por la tierra y el mundo invisible de nuestros significados, donde habita el Mapuche y los otros seres de la naturaleza, con los cuales debemos vivir en armonía.

Había escuchado sobre la cosmovisión mapuche, pero ella me estaba revelando una nueva explicación de una simpleza extraordinaria. Prosiguió:

- Si esta armonía se rompe, vienen los espíritus malos, oportunistas que nos debilitan. Ellos son los responsables de algunas enfermedades que nos aquejan y que la mayor parte del tiempo puedo entender porque alguna armonía que teníamos entre nosotros se ha quebrado, por alguna disputa o conflicto antiguo, pasando a llevar nuestras leyes sagradas. Acepté ser la machi del pueblo, para guiar y acompañar a los miembros de mi comunidad, pero no podemos romper la armonía con la tierra porque nosotros somos la tierra. A veces para ayudar y ahuyentar a los espíritus malos, necesito conocer a la familia del enfermo y si es necesario a los ancestros de esa familia. La de Juana era una enfermedad mapuche que ustedes atendieron como mejor podían hacerlo, con los conceptos acotados que poseen sobre salud y enfermedad, pero los esfuerzos desplegados por ustedes en el norte no fueron suficientes, porque su dolor era por la tierra en conflicto que había dejado atrás. Juana tenía añoranza del viento que corre aquí en el sur y quería reunirse con sus ancestros.

A través de sus sabias palabras entendí la integralidad de la medicina que ejercía Rosa con su pueblo y comprendí un poco más a Juana “nuestra paciente en el norte” como decía la machi Rosa. Entonces me pidió que la acompañara a caminar un poco más lejos, para escucharme hablar de nuestra medicina y sus resultados.

Logramos subir con dificultad una porción de tierra hasta llegar a una explanada, desde donde se veía el pueblo de Rupumeica en toda su magnitud. Entonces Rosa clavando su mirada oscura en el amplio territorio, me señaló con su mano los cuatro puntos cardinales, haciéndome saber lo siguiente:

- En el Este –me dijo- que llamamos Pwel Mapu, se encuentran los espíritus benéficos que nos traen la claridad para sanarnos y convivir de buena manera con los miembros de nuestra comunidad y la naturaleza. También están allí las casas de nuestros antepasados, desde ellos también recibimos ayuda cuando la necesitamos. Willi Mapu, el Sur, han de saber que es un lugar muy especial para nosotros. Lo que florezca allí nos traerá buena suerte y será beneficioso para nuestro pueblo. Pero tanto Pikun Mapu, el Norte, como el Lafken Mapu, el Oeste, son lugares donde no podemos asentarnos, ni trasladar enceres, familia o negocios. Allí residen los espíritus malos que nos esperan cuando estamos confundidos, ofuscados. Ellos quieren que estemos solos. Son atraídos por el viento norte que los disemina hacia nuestras casas, entonces no vamos hacia esos lugares porque no seremos felices, vamos a extrañar nuestra familia, las ceremonias y lo más probable es que enfermemos, como fue el caso de Juana, por la cual intercedí muchas veces para que pudiese retornar al pueblo.

Bajamos en silencio el monte y el viento frío nuevamente nos obligó a retornar. Sabía que debía descansar para emprender regreso a Santiago a la mañana siguiente, aún cuando hubiese deseado quedarme una larga estadía junto a la machi y su comunidad. Las enseñanzas que recibí, su modo de ver y de mostrarme la cosmovisión mapuche habían cambiado para siempre mi manera de entender la salud y los procesos que conducen a la enfermedad.

Me esperaba el norte con su medicina, que poco a poco, comenzaba a llenarse de interculturalidad, gracias a los espíritus benéficos que nos atrae el viento sur.


* Ganador del 2do. Lugar en el Concurso de Cuentos y Poemas “La Salud Intercultural desde las Letras” organizado por el Servicio de Salud Metropolitano Oriente (dependiente del Ministerio de Salud – Chile) en Octubre de 2010.

3 comentarios:

  1. Colega;
    Me regalé esos 5 minutos que señalaste. Felicitaciones. Me gustó mucho. Saludos. Fernando Rosales (ex-UCSH).

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  2. SARA JUANA CHEUQUEPAN RAIPAN6 de noviembre de 2010, 15:20

    Hola Karina, leí con mucha detención tu cuento y me encantó, es como un viaje a nuestra tierra, puede transmitir sensaciónes y emociones, es muy lindo, felicitaciones!
    Un abrazo

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  3. Bello. Sigue cultivando el regalo de las letras.
    Luis.

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