Por
Karina Olivares
Definitivo: Fernando Karadima no será
condenado por los Tribunales de Justicia chilenos porque los hechos denunciados
prescribieron. No será condenado ni aquí ni en ninguna otra parte del mundo. Pasó
demasiado tiempo entre el delito y la denuncia. Su red de protección una vez
más jugó a su favor, mientras que las victimas observan con estupor como opera esta justicia especial para delincuentes de guante blanco y cruces
colgando en el cuello.
Justicia a medias, verdades encubiertas, robos
hormiga y grandes lavadores de dinero que parecen gente honesta. Gente que sabe
y calla, compras de silencio. Poder. Grandes riquezas hechas al fragor de la
estafa. Dios imaginario mirando al sudeste. Poco amor verdadero, menos aquel
“pájaro raro” llamado solidaridad.
De alguna manera así se perpetúan las patologías
sociales. Así también se construyen sufrimientos personales y colectivos que no
permiten a las sociedades evolucionar. Tantas veces el mismo error, tantas
veces la misma solución fallida e ineficaz. Iglesia y mercado tal vez una sola
cosa.
Bien hablaba Jesús cuando decía que solo la
verdad nos haría libres. Pero siendo bien sinceros, de una patología colectivamente bloqueda nadie puede hacerse cargo, salvo cuando la sangre ha llegado al río, o cuando
el “pecado” como le llaman algunos ha cobrado algunas victimas en el
camino. Cuando afecta la moral y los
valores de los demás. Cuando amenaza a los más pequeños.
Precisamente ahora, lo que no queremos ver es
al enfermo que se trasladó a la vereda del frente, al Diablo vendiendo Cruces, al
psicópata bien ubicado en la estructura de una Iglesia Católica que se suponía,
tenía a cargo el rol histórico de “cuidar el rabaño”, orientar el camino,
llevar la palabra de Cristo.
Una
Iglesia que ahora se golpea el pecho por haber ocultado el proceder desviado de
algunos de sus miembros, esos miembros cuyas investiduras les sirvieron para
hacer daño, acumular dinero y poder, amparados cariñosamente por una
organización clerical que facilita estas “desviaciones al camino” y que incluso
pareciera fortalecerse sobre la base de lo que ellos mismos han llamado
“pecados”.
Esto último
entiéndase como: apartar a un niño de su familia con fines de pedofilia, inducirlo a la duda y alterar
su moral, defraudarlo, acariciarlo con fines sexuales, humillarlo, infundirle
miedo y terror, acosarlo hasta lograr “acceder carnalmente a él”. Acciones que para el común de los mortales
podrían ser simples delitos capaces de ser juzgados en los Tribunales de
Justicia , pero que la curia tan solo registra como comportamientos impropios susceptibles de ser sanados a
través de un obligado retiro de silencio u otros castigos pertinentes.
El encubrimiento de pedofilos, el peor delito de todos, se da en medio de una estructura autoritaria, piramidal, que niega la
individualidad de las personas, imprimiéndoles culpabilidad y servidumbre, y
que frente al “error” presta dudoso amparo con un particular sistema de
justicia medieval.
Y es interesante ver como todo esto ocurría
durante años sin que nadie supiera donde iban a dar los sacerdotes que cometían
abuso sexual u otros delitos (¿Qué fue de zutano?? "Se fue a misionar por África..", nos decían). Los antecedentes se perdían en al nebulosa por años y años, las
circunstancias de los hechos, el circulo de protección, los agresores, las
victimas. Todo quedaba ahí hasta que apareció el bullado caso Karadima, el
mismo que hoy es sobreseído por la justicia ordinaria chilena porque los abusos sucedieron “hace tantos años mijito..”, algo que legalmente se conoce como “prescripción de los hechos”.
Karadima
pedofilo (o la historia de como “la sangre llegó al rio”) destapó la peor enfermedad de la
Iglesia, una patología que por haber tardado tantos años en ser descubierta tiene como el cancer tardío "muy mal pronóstico". También dijo Jesús: no hay mentira que permanezca ni verdad que
tarde mucho en salir a la luz. Caso vergonzoso que reveló el modus operandi de
las cúpulas eclesiales que hasta ese momento consideraban a la Santa Iglesia
Católica como una entidad que estaba “por sobre” los actos personales de sus miembros, seres humanos “imperfectos” pero nobles en su
naturaleza.
Karadima representa la caída/derrumbre de los
mitos con que la
Iglesia Católica ha intentado mantener al rebaño bajo su
estructura autoritaria, por ejemplo:
-
El sacerdote como
intermediador de la palabra de Cristo, a la cual los laicos –personas comunes y
corrientes, pecadores- no pueden acceder de manera autónoma. Dios por tanto
está fuera de nosotros porque no somos dignos. “No somos dignos de que entres
en nuestra casa..”
-
El sacerdote como “Padre”
de una comunidad laical, al cual se le adscriben roles y conductas esperables
en virtud de prestar protección y dar sentido de pertenencia a los miembros de
una comunidad. Un padre que mora en la casa de Dios, donde todos somos
bienvenidos. Padre por cierto autoritario.
-
El intermediador, capaz
de generar adherencias y despertar vocaciones. Estos hijos que vienen al mundo
a ser socialmente padres de una comunidad determinada, se desenvuelven
formativamente en un contexto eclesiástico-familiar, inundado de zonas
oscuras-sombrías, con secretos y largos silencios, luchas de poder e
identidades forjadas bajo el amplio concepto del pecado, en medio de una
inadecuada y peligrosa negación del cuerpo. No somos dignos..
Como bien señala un sociólogo, en este
contexto “habría que solo tirar la hebra para que salga todo” porque lo que se
ha generado aquí es una asociación perversa para hacer objetivamente el mal,
apropiándose de valores como la confianza y el respeto, ocupando cargos de
poder y utilizando redes de influencia para ganar dinero, status e instaurar
una red amplísima de protección al más alto nivel. Con la venia de todos de
arriba hacia abajo, porque en la
Iglesia también “no se mueve una hoja sin que la máxima
autoridad los sepa”
Todo esto que sabemos existe “y ha existido
siempre” como dicen los más viejos, se desarrolla y despliega también en el
cuerpo articulado que llamamos sociedad. Y en este nivel la opción es preguntarnos porqué sucede lo que sucede aquí
y ahora. A quien más le sigue sucediendo. Si es posible procurar la
re-habilitación de una casa donde sus miembros no reconocen el abuso, que
necesitan de esta pertenencia patológica con el agresor, sujeto-líder instalado
en una red bien tejida de protección y complicidades.
¿Por qué alguien a quien se le denomina
socialmente padre acaba generando tal nivel de persuasión, tal nivel de
compromiso psicológico que anula en otros la capacidad de discernimiento?
Cuanto demora una sociedad en darse cuenta, y más aún cuanto demoran las leyes de una sociedad en reescribirse
para lograr castigar este tipo de delitos, en un contexto tan “protegido” como
este. Al menos en Chile hoy no se pudo, pero la sociedad, las personas comunes
y corrientes han cambiado, luego por ende lo harán sus leyes como efecto
repetidor. Solo es cosa de tiempo.
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