lunes, 13 de abril de 2009

Las armas al pozo












LAS ARMAS AL POZO

Por Karina Olivares

El 11 de Septiembre de 1973, quizás sea el día que contenga más historias individuales y colectivas. Historias para olvidar, pero historias que quedaron guardadas a fuego. Pasajes de vida personales de aquellos que tuvieron la suerte o el infortunio de haber estado presenciando aquellos hechos.

Ese día marca sin duda alguna un antes y un después en nuestro paisaje nacional. Porque terminó por dividir lo trizado. Porque terminó con un sueño colectivo de patria que se llamaba Unidad Popular. Y porque después de ese día nadie quedó indiferente, incluso nosotros que no nacíamos aún por aquellos días.

La historia que paso a relatar, me la cuenta mi padre. Hoy con 53 años, cinco nietos y una vida vivida intensamente. El día del golpe era un adolescente bordeando la mayoría de edad, estaba casado y ya era padre de mi hermano mayor, en ese entonces de tres meses.

Tuvo que hacerse grande rápidamente. Entonces mi abuelo, un fogueado constructor civil de la CORVI, lo destinó como jefe en una de las construcciones del emergente Santiago de la Unidad Popular. Una gran obra con más de mil hombres en el sector de la hoy Av. La Florida en Santiago.

Dirigía un pequeño grupo de obreros y como supervisor estaba a cargo de los materiales, pago de remuneraciones, etc. Ese día, arriba de un vehiculo camino de su lugar de trabajo, escuchó los primeros comunicados que anunciaban el Golpe Militar. Aún así llegó hasta la obra, como toda la gente que allí laboraba.

Esa mañana Chile se detuvo y quienes lo vivieron recuerdan con vivos detalles cada uno de los hechos acontecidos. Cada detalle ahora es una pequeña joya en el anecdotario personal y colectivo de este Chile que carga con esta historia que configura nuestra alma nacional.

Mi padre recuerda que a eso de las 10 de la mañana hubo una gran reunión en el casino para definir los caminos a seguir tras el Golpe perpetrado en las primeras horas de la mañana. Desde la dirigencia la orden fue ubicar camiones en la entrada del recinto para evitar el ingreso de los militares insurrectos y resistir al interior de la obra. Pero el peso de la historia fue mayor y a las 11 hrs. los mismos dirigentes que llamaron a resistir habían uno a uno desaparecido, alertados por el inminente riesgo que corrían.

Los medios de comunicación que usó la Junta Militar fueron los llamados Bandos, informativos del terror que se tomaron a fuego las antenas de las emisoras radiales.

En medio del caos y la incertidumbre, uno de aquellos bandos, informaba la obligación de entregar de inmediato todas aquellas armas que la población tuviese en su poder. Solo las fuerzas militares podían hacer eso de ellas. Romper esta prohibición podría costar la vida para los civiles.

Fue entonces cuando el jefe máximo de la obra le encarga a mi padre hacer desaparecer dos armas, dos revólveres que manejaba el guardia del recinto. Le ordena hacer una mezcla de cemento y cubrirlas con este material de construcción, para evitarse el riesgo que imponía entregarlas a las fuerzas militares.

Con las pequeñas armas en su poder, mi padre a su vez le pide a uno de sus subalternos que se encargue de esta operación. Sin embargo y como todo buen chileno en su afán de “sacarle el cuerpo a la jeringa” este se ofrece a llevarlas hasta un pozo séptico cercano al lugar para lanzarlas ahí mismo.

Nunca más se supo de las pequeñas armas. Una solución a la chilena que le dio a las armas un descanso obligatorio al fondo del pozo.

Ese día el toque de queda comenzó temprano. A las 15.00 horas ya nadie podía transitar por las calles de Santiago. Mi padre sin embargo, dejó su trabajo en la obra a las 14.00 hrs. y me cuenta que caminó por más de tres horas bordeando Américo Vespucio hasta llegar a su casa en la Rotonda Grecia. Al parecer, su figura desgarbada fue invisible para camiones militares y Hooker Hunters que surcaban el cielo azul y rojo ese día.

Dos días después volvió a la obra. Sin embargo, todo había sido paralizado por orden del nuevo régimen político. Prohibición absoluta para todo tipo de reunión pública, bajo pena de arresto. Las obras se detuvieron a lo largo de todo Chile y la Corporación de la Vivienda (CORVI) pasó a manos de un Gobierno que nunca más invirtió en viviendas de buena calidad. Sistema que rige por cierto hasta hoy.

De los dirigentes políticos que lideraban a los trabajadores de la construcción, nunca más se supo. Muchos de ellos, ese mismo día 11 se esfumaron alertados del riesgo que corrían, pasaron a la clandestinidad, se asilaron en las embajadas primer mundistas o simplemente fueron desaparecidos.

Nadie más recordó esta historia de las armas hasta casi dos años después. Cierto día mi padre fue alertado sobre la presencia de detectives que lo buscaban. Citación en mano para concurrir a declarar ante la Justicia militar por la desaparición de armas que según constaba, se encontraban en su poder. No acudió como era de esperar.

Ante la resistencia y tras un abrupto despertar en plena madrugada, fue llevado por fuerza ante un Juez militar que lo interrogó insistentemente. “Parece que usted no entiende, las armas ¡tienen! que aparecer” le decía. ¿Como decirle que el lugar donde estaban, era precisamente el mejor lugar donde podían estar?

Todos y cada uno de los que participaron ese día en aquella noble causa fueron citados ante la “justicia” militar. Uno a uno dieron su testimonio hasta dar con el “cabecilla” de la organización criminal, que supuestamente era mi padre.

Encontrar las armas era deber de Estado. Probablemente si las armas hubieran sido encementadas como decía la orden original, hubiera sido necesario derribar un edificio hasta dar con ellas. Pero la astucia del obrero chileno pudo más y según cuenta el final de esta historia, los militares debieron descender al fondo de este pozo séptico para rescatarlas. Deber de Estado que algún cabo raso cumplió en ese caótico Chile de 1973.

1 comentario:

  1. Karina: está muy bueno!!
    Las trizaduras como tu dices, estan más alla de lo aparente y al parecer el lento transcurrir del tiempo las deja debajo de este velo que a muchos cae en el olvido. Pero como todo gran trauma, sino se asume, tarde o temprano nos pasa la cuenta.

    Santiago C.

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