martes, 7 de abril de 2009

Sola en el Centro


SOLA EN EL CENTRO


Por Karina Olivares


Poéticamente hablando diría que Chile, mirado en retrospectiva, es esa increíble postal llena de colores, amores, sabores y territorios. En especial un país cargado de poetas, escritores y cantores de lo divino. Un Chile lleno de esa poesía que está en nuestra alma triste de campesinado extraviado en la capital. Ese que aún busca sus maletas en la Estación Central.


Con este gran influjo poético que deviene ancestralmente, he contado historias de ese Chile fraccionado hace casi cuatro décadas atrás. Un Chile dividido, con cientos y miles de compatriotas desaparecidos. Con historias contadas a medias tintas. Con secretos de familia, esa gran familia que somos los chilenos.


Pero también hablo de un Chile profundo, colmado de grandes personajes que caminan libres por sus calles, que le ponen esperanza y optimismo a esta bandera blanco azul y rojo. Que mirada de reojo parece siempre estar a media asta.


De nuestra historia no quiero el olvido en los ahogos faranduleros del Chile actual. No quiero el silencio y el vacío de una movida criolla enmascarada de barniz alegría. Y tampoco quiero olvidarme de los próceres vetados en los libros de la historia oficial. Aquellos próceres de la historia reciente que realmente importa.


Y era el año 1999. Aquella mañana me encontraba recorriendo el efervescente Centro de Santiago. Con 24 años mi paso algo cansino de estudiante recién graduada, se confundía con el ritmo apremiante del capitalino siempre urgido por esta casi institución chilensis que se llama trámite. Porque todo en Chile se tramita: los intereses colectivos, los proyectos e incluso las relaciones personales.


Y como si estuviese internamente a la espera de algo importante, de pronto, a lo lejos por calle Morandé veo una gran caravana. Banderas rojas, un gran cortejo, lento y ruidoso: “Compañera Sola Sierra Presente, Compañera Sola Sierra Presente, Ahora y siempre, Ahora y siempre” gritaba el extenso grupo de tanto en tanto.


Me acerqué acelerando el paso. Aceleré y aceleré. Estaba sucediendo algo y sin duda era el motivo y el porqué estaba allí ese día.Con orgullo y cierta timidez, me incorporo sin pensar al ilustrísimo cortejo.


La caravana acompañaba los restos mortales de Sola Sierra. Mi prócer personal. Aquella mujer de curioso nombre, que su padre bautizó al ver que, sin necesidad de partera, la madre la había traído al mundo “solita”, según cuenta su extensa biografía.


Sentía muy en lo profundo aquella situación. Se había ido Sola. Mujer, Familiar, dirigente, oradora, bailarina en aquellas cuecas solas… Entonces seguí al grupo caminando silenciosa, sin conocer a nadie. Y tras algunas miradas suspicaces a poco andar ya estaba acompañándola, aunque núnca la conocí. No estaba a su altura.


A pocas cuadras el orgullo me brotó por los poros, reflotando en mí ese sentimiento de clase obrera, de donde provienen mis abuelos tan queridos y por ende mis padres. Sentí la integración de saber que esa caravana me pertenecía, que la celebración y la tristeza, juntas, eran parte de una misma escena patriotica e inolvidable.


Se había ido Sola sin saber donde estaban los tantos familiares, hechos suyos también, a cuya cabeza representó en la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos. Su esposo era el motivo, pero su razón de ser era la Justicia y la Verdad sin retoques ni negociaciones hechas entre gallos y medianoche. Ya una costumbre en este Chile de transición y sus deslavados gobiernos de centro derecha.


Nos quedaba acompañarla, seguirla, no solo ese día en las céntricas calles que vieron el Golpe Militar, sino en la vida, en la propia vida y su particular naturaleza. Porque no habrá otra Sola que se le parezca. Solo quedamos nosotros, más solos desde ese día, sin ella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario