lunes, 20 de abril de 2009

En Punta Peuco falta uno















EN PUNTA PEUCO FALTA UNO


Por Karina Olivares

Y sucedió lo impensado. Se había hecho justicia. Pero no en Chile. No. En Londres un 16 de octubre de 1998.

Ahí estaba el caballero. En Europa.

Porque haciendo caso omiso a las advertencias de sus asesores, se había mandado cambiar creyendo que contaba con la venia del gobierno ingles a causa de un tecito muy fifí que se había tomado con su amiga Margaret Thatcher meses antes.

Pero Amnistía Internacional lo tenía entre ceja y ceja por una querella en su contra desde 1995. “Una más” pensó (siesque) y viajó. No quiso operarse en Chile una afección crónica de espalda y se fue a instalar cual Rock Star a la ya celebre The Clinic Londinense.

Fue ahí donde a Augusto José Ramón lo pilló una notificación de arresto. Muy lejos de Chile y en ingles más encima. Confuso idioma que no manejaba: "Está usted detenido, todo lo que diga puede ser usado en su contra" le dijo el policía Scotland Yard, mientras escuchaba aterrado y haciéndose el de las chacras.

A pocos minutos de producirse el hecho, ya todo el orbe estaba enterado. Y acá en Chile se montó una fiesta nacional de aquellas. Y fuimos muchos los que estuvimos en alguno de aquellos centros de celebración: en la "Fiesta por la Justicia" del Parque O’Higgins o una de las tantas marchas que partieron en Plaza Italia. Ese centro neurálgico donde se viven las más altas alegrías y donde flamean las más orgullosas banderas chilenas.

Porque no solo triunfos deportivos tiene Chile, aunque escasos. Sino también este, inédito: el haber sido testigos del arresto de Pinochet aquella gloriosa primavera. Todo un evento nacional que ayudó a entibiar las alicaídas pasiones de los chilenos a finales de la década del 90.

Mención aparte merece nuestro héroe nacional de antaño: Baltazar Garzón, una especie de caballero justiciero y valeroso. Todo un ídolo. Quien rápidamente redactó una orden de detención por terrorismo, genocidio y torturas apenas supo que’l perla estaba en la capital inglesa. Ni tonto ni perezoso. Aunque era español, se sabe. Pero se le perdona todo.

Recuerdo a Chile todo revolucionado, algo así como “la alegría llegó”, expectante. También a nuestra derecha política con las maletas listas para encadenar en las puertas de la clínica algún facho de turno, incluso hubo uno ofreciendo huelga de hambre si no le entregaban a su papi.

“Se trata de un senador de la República” decían. Y senador vitalicio más encima. Una sentencia a perpetuidad que nos cedió la Constitución del 80, un escaño en el reconstituido Parlamento, hecho a la medida para ocupar los ociosos días del caballero, tras jubilarse de dictador.

Hubieron múltiples llamados públicos a protestar por lo que se entendía una “intromisión en los asuntos internos del país”. Y les hicimos caso: salimos a las calles. Pero salimos a bailar en rondas y a festejar, a abrazarnos como buenos compatriotas. Porque la justicia no era entonces un bien ajeno para nosotros. Era palpable. Y la vivenciamos a concho en las calles.

Recuerdo que nos tomamos Alameda y caminamos en una caravana extensa y festiva con multicolores carteles que versaban toda clase de frases alusivas al momento: “¡Garzón, déjalo allá!” “Mal Bicho” “En Punta Peuco falta uno” y tantos más.

Queríamos fervientemente que se fuera a acompañar a sus compadres Pedro Espinoza y Manuel Contreras en la Cárcel especial de Punta Peuco, aquel penal VIP que de “penal” tiene bien poco. Por eso faltaba uno, el más importante. El jefe.

Pero Chile debo decir, es un bolero de principio a fin. Lo corroe un sino fatídico, con finales inesperados y tormentosos. Porque solo 503 días alcanzó a estar en Londres. La ultra derecha lo salvó a último minuto por sus favores concedidos en el pasado y tras una gestión del Ministro del Interior británico, Jack Straw, fue liberado finalmente “por razones humanitarias”. Paradojalmente la única razón que teníamos para meterlo preso. Pero el sino trágico nos persigue.

El episodio The Clinic, terminó sumando un centenar de querellas por violaciones a los derechos humanos en Chile, cosa inédita en el ocaso impune de su vejez. Un ex dictador abatido por la evidencia, con la certeza de que ya nunca más iba a moverse de Chile con la libertad e inmunidad que pretendió tener. Con una senaduría vitalicia con escasas posibilidades de retorno al Parlamento. Y con nosotros los chilenos aún preguntándonos porqué nunca en Chile pudo ser tocado por la Justicia, pese al extenso y unánime clamor nacional de aquellos tiempos.

2 comentarios:

  1. Marisol el abril 24, 2009 a las 3:21am

    ¡¡¡¡que bueno es ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ te felicito amiga y coleguita, escribes super reflejas mis sentimientos.

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  2. MARTHA COZ SAAVEDRA el abril 27, 2009 a las 12:24am
    un pulgar hacia arriba,en total acuerdo

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